24 Amauta Clarence sacó de su bolsillo un puñado de cobres. los restos de seis dólares. Feliz Navidad. Vertió los cobres en la caja del chewing gum.
El viejo meneó la cabeza; con mano ágil impidió que los cobres rodasen por sobre el borde de la caja. Así es, así es. dijo. Ya verá.
Clarence de pronto tuvo miedo. Está loco, o qué? Se fué rápido. Detrás suyo sentía al vendedor ambulante mencar la cabeza y reírse.
Caminó rápido hacia su casa. Era de noche. La cuadra estaba vacía. Las casas se elevaban altas y pesadas sobre la cuadra vacía.
Encogido de hombros, camino, como si cada casa, desde su integridad, lo golpease, apartando los ojos. lo golpease lentamente, sin dar razones.
Sintió que sus pasos resonaban, caminó ligero para no oírlos.
Luego se rebeló. Levantó los brazos sobre la cabeza y abrió la boca.
Dió un grito dió todo lo que hace un grito, menos el sonido. Se sintió aliviado. Voy a casa. dijo en voz alta, con un gran regalo de Navidad!
Las casas eran hostiles; ya no le importaba. Encogido de hombros, gacho de espaldas, cabizbajo, caminó. sin importársele nada de nada, sin ver. Choque contra su cuerpo. Oh! Levantó la vista. Una mujer pequeña dijo: Disculpe. Traté de evitarlo no pude.
Estaba muy cortés. Se oyó hablar como un ángel. Madame. dijo, soy yo quien debe disculparse. Estoy preocupado. Caminaba sin ver. Discúlpeme. Levantó el sombrero y los ojos brumosos de resignación. Vió un rostro disminuído, opaco, echado hacia atrás; parecía lleno de ojos reidores. Se ríe. ise ríe de mí. El dolor le fué dulce. Necesitaba volverse bueno. florecer en bondad. hacia este nuevo mal. Dijo. Madame, permítame que me presente yo mismo. Soy míster Lipper, y le deseo feliz Navidad.
Se apartó, pero ella estaba aún frente a él. Muy feliz Navidad para usted. Soy Misse Luve.
Habló extrañamente, pues su mano, posada un momento en la de él, daba convicción a sus palabras. Retiró la mano. Con la cabeza indicó la casa frente a la cual estaban. Entre. quiere. nada más que un ratito. Beberemos a su feliz Navidad.
La vió. arrastrada y golpeada, una miserable mujer.
No llevaba sombrero sobre sus áridos cabellos; un chal de lana negra hacía red sobre su cuello. El sabía lo que ella era.
Había algo cálido y grande en él. Sus ojos ardían de entusiasmo, sus ojos estaban encendidos y rebosantes. Vió a la mujer caída y miserable. El estaba alegre.
Tendré el honor de beber con usted, madame. Dobló cuidadosamente su sobretodo y lo puso sobre una silla. Se sentó.