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Amauta 87 chomme gana más que el Presidente de Francia.
LOS APRENDICES BRUJOS Carta abierta a Jeunehomme Distinguido señor: No me es grato conoceros y acaso nunca sea mio ese placer. No obstante, el hecho de que hayais sa irizado con crueldad a quienes no conocéis, me autoriza, en cierto modo, para dirigiros estas modestas líneas escritas os lo confieso con justificada amargura. Si no me atuviera al Discurso sobre el Método que enhorabuena recomendáis a lo maestros, podría juzgaros mal. El Discurso y la vida que es el mejor de los discursos. me ha enseñado que para juzgar hombres y acontecimientos es menester templar nuestro espíritu en la serenidad. La ecuanimidad es para mí la virtud superior del maestro. Me afirmo en este criterio cuando enseñáis muy a mi placer: no admitamos algo como verdadero sino después de haber comprobado que lo es tal, en realidad.
Enuncio el motivo preciso de esta carta: en vuestras conferencias en la Universidad habéis aludido con cruda ironía a los aprendices brujos que un día por desgracia corrieron el riesgo de inundar completamente nuestra organización y porvenir escolar.
Estaba en la obligación de suponeros un sereno criterio para juzgar. Estáis aquí en alta misión de divulgación científica. Por lo mismo me extrañé de que emitiérais juicios rotundos con tanta precipitación y confié en que una vez reunidos los elementos de juicio e informaciones imparciales de rigor depusierais vuestra ofensiva. Vuestras últimas conferencias me demuestran mi error. Concienzudamente, con pertinacia calurosa, usáis la más alta tribuna del país en amparo de algo que os es preciado y que veis temblar. Atacáis, pues, para defender. Una defensa oportuna y honesta honra a quien la ejercita: significa que hay honradez para ubicarse en un punto de vista propio en la apreciación de los hombres y de los hechos. Pero me parece fuera de razón recurrir a la invectiva para evitar los sacudimientos sísmicos que con tanta autoridad avizoráis. Mirad bien que esta es una brujería maestra.
Leyéndoos, aquí en mi modesta buhardilla, atiborrada de filtros y alambiques abracadabrantes, he recordado que yo fuí uno de esos aprendices que pudieron haber ocasionado lesiones profundas en la vida educacional e intelectual del país. No puedo, ni debo responderos en nombre de todos ellos. Deshechos, tratados de cien modos, los angeles rebeldes que según vuestro talento oficiaron de aprendices, perdieron su unidad gloriosa y desgraciada. Consecuencias de la época que yo no juzgo por lo mismo que las sufro. Perdonad, pues, esta respuesta personal, personalísima. La habéis provocado con insistencia y yo, a pesar de todo lo que he sufrido, conservo aún la sensibilidad necesaria para apercibirme en forma clara y distinta de un latigazo más. Comunista, anarquista, bolchevique, antipatriota, todo esto simultánea y sucesivamente según diversos criterios cartesianos ahora he devenido en aprendiz brujo. Es imperioso, pues intentar una réplica. bien, señor, quiero en rápida visión señalaros las brujerías que realizaron en poco más de un lustro de aprendizaje aquellos a quienes no conocéis, lo que no impide vuestro juicio mordaz. Dignificaron al maestro primario y le dieron personalidad propia.
Hace diez años el maestro de escuela era en nuestro país un pelele ridiculizado a diario por la horfandad de ingenio de cualquier caricaturista. Era brazo ejecutivo y ciego del caciquillo político sin moral, era en fin, presa fácil de apetitos groseros y de logros mezquinos. Hoy se le guarda consideración y respeto y se enaltece