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valente a la Puerta del Cielo de Ghiberti, paga un largo tributo a un satanismo de fondo romántico y de gusto decadente, incurriendo en patente pecado de inspiración literaria, no es el caso de hablar de estética fin de siglo cuando se le opone, con aire victorioso, a Emile Antoine Bourdelle. Los trabajos de La Puerta del Infierno quedan, a pesar de todo, como la tentativa de un coloso. Rodín fracasó en su empresa; pero cada uno de los fragmentos de su derrota, cada uno de los pedazos de La Puerta del Infierno. sobrevive a la tentativa con individualidad y elan autónomos, se emancipa de ella, la olvida y la abandona, para encontrar su justificación en su propia realidad plástiBourdelle, cronologica y espiritualmente, es más finisecular que Rodin. La Francia, la Europa de su tiempo no es ya la que algo rimbaudiana y suprarrealista reivindica su derecho al Infierno, sino la que, con Jean Cocteau, regresa contrita al orden medioeval, al redil escolástico, para sentirse de nuevo latina y clásica. El arte de Rodin está quizás transido de desesperanza; pero como dice Bloch la desesperanza es acaso el estado más próximo a la creación y al renacimiento.
En la obra de Bourdelle se entrecruzan y se yuxtaponen las influencias. Bourdelle las asimila todas; pero a este trabajo sacrifica una parte de su personalidad. Su obra es un conjunto de formas greco romanas, góticas, barrocas, caldeas, rodinianas, etc. Es, casi perennemente, un tributario de la arqueología y la mitología. Crea con elementos de museo. Todo esto trasunta el gusto de una época decadente y erudita, enamorada sucesivamente de todos los estilos. La responsabilidad del artista resulta atenuada por la versatilidad de las modas de su tiempo. Criatura de una sociedad refinada, proclive al exotismo y al arcaismo, Bourdelle no podía resistir a corrientes en las que nada es más difícil que el salvataje de la individualidad.
No le habría sido posible sentirse esencial y únicamente gótico como su compatriota el músico Vincent Indy. Era un pagano austero, ascético, sin voluptuosidad; un cristiano helenizante y humanista, modelador maestro de Heracles, Palas, Penépoles, Centauros, etc. talvez un ateo católico como Maurras. Era un antiguo de complicada e impotente modernidad; un moderno permeado de arcaísmos, transido de nostalgias.
Hijo de un maestro ebanista, su más pura y acendrada cualidad era su severa consagración de artesano medioeval. su disciplina de trabajador paciente, debía esa admirable maestría de ejecución, ese sentido exigente de constructor, ese gusto de la dificultad, ese acierto en dominarla distinguen su obra. De su estirpe de artesanos escrupulosos, de entrañable vocación, había heredado la adhesión profunda a su arte, el gozo de la creación, la dignidad profesional. Sus mayores aciertos son siempre resultado de estas dotes. Más de estilización sus logros son a veces de realismo. Ejemplo: la cabeza de la Victoria, trabajada, según anota Francois Fosca, inspirándose en el busto de una rústica montalbanesa, versión directa de una campesina después de tres ensayos sucesivos devino una diosa. Pero, en lo espiritual, Bourdelle era de los que como dice Renán viven de las creencias de sus padres. Maurice Denis pretende que su Virgen de Alsacia es una obra maestra del arte religioso de todos los tiempos. Al apuntar este juicio, Denis pensaba quizá en su propio arte religioso, en sus Madonnas de primitivo moderno. Iconos en los que el artista observa todas las reglas del arte religioso; pero le escapa irremediablemente lo único que no se puede recrear facticiamente: el espíritu.