Amauta 41 una vez el nombre del tinterillo, para molerlo a palos. Quién fué?
El Dr. Saenz. No señor.
El prefecto furioso, se levantó y dió de bofetadas al indio. Por qué no quieres confesar?. Es que dí mi palabra de honor de no divulgar. Los indios no tienen palabra de honor. Gobernador Collazos, que el zambo Vergara se encargue de este indio. Pierda cuidado señor prefecto. Nadie aguanta cien rebencazos del zambo, sin cantar clarito.
La Tortura.
Llevaron a Atusparia al patio de la cárcel, lo desnudaron, en dos barras paralelas le atesaron de pies y manos, gravitando todo el cuerpo a ras del suelo.
El zambo Vergara, armado de un zurriago, le dijo riéndo: Confiesa indiecito si no quieres que te despelleje. Fué el Dr. Sa enz? Te suelto si dices que fué Saenz. Además ¿qué te importa? Tú pagaste tus cinco soles por el recurso, y con ésto, está libre tu conciencia.
Di que fué Sáenz. Gobernador Collazos. Diga al Prefecto que fué. No, taita. Cómo, te niegas. Bribón! descargó su verga cincuenta veces. El cuerpo de Atusparia se cubrió de grandes vetas rojas, pero su fisonomía no dió muestras de dolor alguno, sólo sus labios murmuraban: mana; manan, no, no. Descansó de golpear un rato el zambo: No seas testarudo Atusparia, confiesa que fué el Dr. Sáenz. Gobernador! Diga al prefecto. Mana, manan. El verdugo encolerizado, multiplicó los latigazos, hasta que en el zurriago se estamparon tiras de piel. Basta le contuvo la mano el Gobernador te has pasado de los doscientos.
El zambo jadeante. Qué pellejo de indio. ni siquiera se queja.
Qué va a decir de mí el Prefecto. Que soy un inútil. Oye Atusparia, Pedro Pablo, no me hagas quedar mal, dí que fué Sáenz.
No, aunque me mates. contestó convulsivamente el indio.
Es imposible hacerlo confesar dijo Collazos. Te voy a dar un consejo Vergara y llamándolo aparte, le dijo: Suelta a Atusparia, cura sus heridas, invitale una botella de buen aguardiante, y si no confesó por malas, seguro que desembucha por buenas. Mientras tanto, voy a decirle al Prefecto que el autor del recurso fué el Dr. Sáenz.
Vergara desató al indio. Con manteca frotó las heridas. Atusparia le decía eres muy valiente. Todos lloran a los cincuenta.
y tú aguantaste más de doscientos, sin mover la jeta. Por tu valentía, te invito una copa.
Trajeron al Sáenz y Cámara. Desde la puerta de la Prefectura el abogado, empezó a gritar su inocencia y hacer protestas de fidelidad al Gobierno. Cuando le amenazaron con el fusilamiento, casi se desmaya ¡Soy inocente señor Prefecto. Calumnias de ese indio perverso!
Que se me caree con él!
Trajeron a Atusparia completamente borracho. Sus respuestas