30 Amauta ro, por la línea materna, la sangre de Chaplin es medio gitana. Por su madre. a quién trajo casi enloquecida y quebrantada, a vivir en la costa, cerca de él otro mundo aún vive en Chaplin: un mundo de praderas y de irresponsable hilaridad.
En la ciudad del éxito, Chaplin lleva consigo el gusto por los barrios bajos londinenses; pero aún en ellos, no se sentía en casa. Hasta por aquel triste pasado que formó su cuerpo y su mente, tiene una despiadada e irónica repulsión, puesto que allí también el gitano que hay en él era un extraño.
Este contrapunto de simpatía y repulsión es nuestro primer indicio del hombre. La sala de su casa está abarrotada de bibelotes, cuadros, bric a bracs, que le han sido enviados por la asombrada magnificencia del mundo. Hay en ella tributos de mandarines chinos y de la realeza de Europa, y allí también, en la pared, cuelgan litografías de Whitechapel y Wapping. Chaplin le gusta tomarlas de la pared. Representan calles que son como un infierno frío, en el cual las gentes giran despacio, como almas despojadas de todo, menos de la capacidad de sufrir. Mirad a sus ojos, mientras contempla el cuadro del mundo de su niñez: son, a la vez, muy tiernos y muy duros. Las emociones de comprensión y de repulsión aparecen en ellos separadamente. En este cuarto estuve una vez con Chaplin, mientras el Conde de Chasseloup nos mostraba las que son quizá las más horribles fotografías de la tierra: close ups de torturas y ejecuciones, en progresión creciente de detalles, que había reunido en China.
Asomábamos al proceso deliberado por el que se desuella vivos a los hombres, como el carnicero descuartiza una ternera. Veíamos rostros ennegrecidos por el horror del sufrimiento, y después blancos con el alivio de la muerte. en Chaplin había el mismo contrapunto de sensaciones. Sus ojos penetraron en la tremenda piedad de estas descripciones de los métodos del hombre para el hombre. De repente, su mirada se endureció, dió un salto, y hubo crueldad en su boca. ahí tenéis a la humanidad. Por Dios que lo merecen. Dadles de eso. Ese es el hombre! Acuchilladlos, Torturadlos. Los bastardos! La piedad que había sentido le fué intolerable. Acudió a la dureza para expulsarla y salvarse del riesgo de quedar abatido. Chaplin no quiere darse a ninguna emoción, a ninguna situación, a ninguna vida. La vida lo atrae con demsiada fuerza para permitírselo. Cualquier cosa que sienta debe suscitar inmediatamente la opuesta; así, al fin, Chaplin permanece intacto, inmaculado e impenetrable en sí mismo.
Con esta misma reserva pasa a través de Hollywood.
recluso. Su secreto apartamiento es mucho más sutil que eso. Frecuenta el Coconut Grove en el Ambassador, donde la juventud ligeramente degenerada de la costa fermenta en el baile. Permanece durante varias horas en el restaurante de su amigo Harry Bergman, en el Boulevard atestado. Concurre a fiestas a las de su amiga Marion Davies en su casa de la playa; a las de William Randolph Hearst en su rancho y en donde quiera que esté, resulta el alma de la reunión. Representa, mima, juega, insiste en divertirse y en ser visto. Pero siempre sucede el mismo alejarse de la vida que le rodea y del efecto que él produce. No se dá, ni toma en realidad. Sobre todo, no rehusa agresivamente ninguna insinuación o emoción. Es un indiferente.
Intocabilidad. Este es el principio que mejor explica el equilibrio de la oposición de sensaciones, conducta y pensamiento que él determina. Chaplin es como un átomo que debiera atravesar solo por el mundo. Recorre un camino intrincado, desviándose aquí y allá, atraído innumerables veces, innumerables veces rechazado, pareciendo dar o resNo es un