Amauta 27 de decir, desde luego, que la muerte sólo tiene actualidad en el Orfeo de Jean Cocteau.
Un court de tennis es más interesante que la Academia Francesa, como un bar es más inteligente, en su atmósfera, que una Biblioteca.
En la cultura nueva, el sentido violento de la Vida, el ritmo nuevo ha hecho que el bar desplace el sentido de la Biblioteca. Jean Cocteau nos lo ha dado el ritmo del tennis, así como a Poe nos lo dió el bar. Poe tenía alcohol y no sangre. Nota del laboratorio de Este no es sino un apunte. más pictórico que bibliográfico a la actualidad genial del que mejor sabe reir en el mundo. La estética de Cocteau, salva en gran parte, la digestión campesina de los buenos burgueses de Francia. La literatura francesa. a la de exportación me refiero y no a la de un Rimbaud, Lautreamont o Proust. antes de él fué producto de pura secreción gástrica. El mismo Apollinaire, fué un gozoso y gran gastrónomo, y ello lo debió tal vez a su vivencia en Roma.
En Cacteau todo es deporte, luz, línea, racket. estamos seguros que de haber sido gastrónomo, no hubiera pasado de ser un amateur, y entonces, la gran cocina del mundo se habría salvado.
Esta nota no es sino para presentar a Cocteau tal como le conocí en el Studio de Cahmps Elysées, con su gran nariz espigada que pugnaba por oler la paradoja del cinema. tal vez, quería Cocteau que su nariz fuera de celuloide, o mejor todavía, de una manera más pura: de luz vaga, de niebla en proyección cinemática, surréaliste.
Aquí tienen a Cocteau con su cara de racket en un momento de puro asombro nuevo, de pura felicidad y fidelidad con su fisiología en la proyección cósmica de su cuerpo en el juego. Eal, la bola de Cocteau, su paradoja, su largo cuello de jirafa, da la vuelta al mundo en sus curvas graciosas.
TEMPERATURA DEL ASCENSOR EN EL HUMORISMO DE HECTOR VELARDE HECTOR VELARDE: arquitecto. He aquí el secreto. Sin esta nota profesional nunca habría dado en el acierto de esas prosas de rascacielos, de automóviles Ford, en las que la aventura de un patalón planchado logra la categoría de la sensibilidad pura de celuloide como en Charlie Chaplin. Esta vez el profesional, el arquitecto. no ha sido el Sancho que acompaña al héroe con un razonamiento de salchicha alemana, sino al contrario, el que lo incita más bien a la locura del ritmo nuevo. Sería bueno anotar que el humorismo de Velarde, que fisiológicamente pesará 165 libras, se mueve en su prosa de motocicleta cosmopolita y estelaria a 165 Km. a la hora. Su humorismo se vitaliza de Jazz y de ascensores en de tango y vidalitas en Buenos Aires; de sexo alegre en París.
La elaboración mental en Velarde obedece a un puro método químico. Su técnica es rigurosamente de laboratorio. Yo veo, al admirable autor de Kikif con su gran mandil blanco de seriedad bacteriológica, exáminando los reactivos de los males del mundo. La temperatura del humorismo galo de Velarde bien podría sanar el cáncer del multimillonario Rockefeller. Nuestro gran químico sabe del recóndito mal