Amauta 15 se apoderó del infeliz serrano; no pasaba un mes sin que lo tumbara por tres días el acceso. Tres días perdidos para la ganancia y Quispez, que no tenía más pensamiento que volver a su tierra con alguncs soles, en el bolsillo!
Una nostalgia honda venía devorándole el corazón y oscureciendole el espíritu; Manuel extrañaba el cielo y el clima natal, los eucaliptos de su aldea, su rústica casita de rojo techo, con una huerta donde crecían duraznos y manzanos y florecían claveles.
El paisaje de Castañeda un poco tropical y por ende, voluptuoso y abandonado no hablaba a su alma de montañés acostumbrado a la ruda y severa poesía de los Andes. Cuando, a la hora del trabajo sudoroso y jadeante miraba el descolorido cielo costeño, le entraba tal desconsuelo, que se quedaba inerte, inmóvil. La voz del capataz lo volvía a la realidad. Ehl cholo. trabajar! Había pasado el acceso. Sólo le quedaba a Quíspez una gran amargura en la boca, rumores en los oídos y una sensación de cansancio en todo el cuerpo.
Quíspez se incorporó sobre la frazada y el pellón que le servían de cama. Eran cuatro él y otros tres paisanos para compartir la habitación estrecha, oscura y mal ventilada. Era día sábado y pagaban.
El cholo tomó un poco de agua, se arropó en su poncho y salió. Ante una ventanilla esperaba una larga fila de peones. El cajero; un inglés despótico, pagaba con un gesto de desprecio y de asco en el rostro; esos trabajadores no eran hombres para él, sino animales. Cuando algún desgraciado se atrevía a implorarlo patrón no me descuente Ud. nada, esta semana, que tengo a mis hijos enfermos el gesto se hacía aún más agrio y más desdeñoso.
Manuel recibió su semana, menos tres días los del acceso de paludismo. Una inmensa lasitud pesaba sobre todo su ser; sentíase desolado y triste. Caminaba sin rumbo fijo, el paso vacilante, mirando el suelo. Quíspez, paisano. Dónde vas?
Dos compañeros suyos estaban frente a él. Por allí, caminando. Vamos al tambo, hombre. El tambo! Manuel lo evitaba, temeroso de dejar allí su dinero.
Pero, ahora, aceptó la invitación de sus compañeros ¿por qué no ahogar la pena y la tristeza en un vaso de alcohol? Cierta disposición cordial y afectuosa de su carácter inclinaba a Demetrio Paredes a interesarse y compadecerse de la miseria ajena.
Además la profesión no le había endurecido aún el corazón; no tenía sino tres años de médico.
El jóven estaba verdaderamente preocupado con la salud de los peones. Más del 70 de los trabajadores y también muchos niñoseran palúdicos. Daba pena ver a esos hombres. antaño robustosactualmente aniquilados, destruídos; partía el alma ver a esas criaturitas amarillas, descarnadas, maltrechas.