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12 Amauta ropa. Un memorial que elevó al Ministerio de Negocios Extranjeros desarrollando esta idea, y en que se aludía de pasada a los peligros interiores que podía suponer para la Monarquía una posible guerra contra una coalición de potencias capitaneada por la Gran Bretaña, mereció del Káiser un serie de glosas marginales, cuyo tono y cuyo contenido asustaron al autor del memorial y le movieron a pedir el retiro.
El Comandante se casó en Inglaterra con una descendiente de la alta nobleza, cuyo padre era gran admirador de Bismarck: El matrimonio emprendió un viaje por la India, y en el Majestic Hotel de Calcuta vino al mundo Ferd. Herr von pasó tres años entregado a esta vida de globetrotter y cazador. En una expedición por tierras del Himalaya perdió a su mujer, víctima de la fiebre amarilla. Arrancando a su hijo a la tutela puritana de una institutriz inglesa, fué a instalarse con él al Japón, donde, después de varios meses de duelo silencioso y correcto, conoció a la hija de un agregado militar francés. El Comandante se prendó de su temperamento alegre y vivió con ella medio año en una de esas ciudades provinciales japonesas que son como jardines. estos meses los contaba entre los más luminosos de su vida.
Entretanto, Ferd había aprendido a andar y a hablar, y llamaba mamá a Jaqueline, porque venía a besarle siempre que estaba en el jardín jugando con las flores. Una intervención del attaché, que, a pesar de lo mucho que apreciaba al Comandante, temía por motivos políticos un escándalo que pudiera comprometer su carrera, puso fin a aquellas relaciones. Jaqueline fué lo bastante francesa y lo bastante hija para plegarse a las razones paternas, y regaló a su amante una despedida que duró tres días y tres noches. El Comandante, a su vez, fué lo bastante fuerte para gozarla sin sentimentalismos. los pocos días, cuando ya la muchacha había retornado a los imperativos de la carrera de su padre, Herr von encontró en una librería alemana de Tokio un tomo de Jean Paul. Su lectura le indujo a volver a la patria.
El espíritu de Guillermo II se había borrado de su recuerdo.
Emprendió el viaje de regreso por Rusia. Como militar, le interesaba conocer el ferrocarril transiberiano. En Vladivostock cayó con el tifus. En sus delirios danzaba constantemente el nombre de Jaqueline. Ferd vivió seis semanas entregado a los cuidados silenciosos de una enfermera católica.
El tren los condujo por los desolados días siberianos. El niño lloró al ver las estepas. Su padre le consolaba hablándole de Alemania.
En Moscú, el Comandante le llevó a que viese el Kremlin, en el preciso momento en que los martillos golpeaban las campanas. Ferd no olvidó jamás estas campanas, que más tarde llamaba los bueyes de Dios.
El niño tenía cuatro años cuando cruzaron la frontera alemana. sabía acariciar a su padre en alemán, inglés y francés.