8 Amauta Luego exclama: Demonio. y se para a observar a León, tendido en tierra, yerto, con el desmayo de su victoria, con los ojos entornados y las sienes perladas de sudor. Herr Brosius no las tiene todas consigo. Teme que el muchacho se haya esforzado demasiado y sufra un ataque al corazón. esto puede traer consecuencias desagradables y poco halagadoras para la carrera de Herr Brosius. luego, ya se sabe, vendrá la dichosa Prensa de siempre dándole aire a esta pequeña broma, nada más que por tratarse de un muchacho judío. Naturalmente, Herr Brosius teme a la Prensa y teme al escándalo. Tiene, como todos los hombres de su casta, un miedo histérico a la publicidad. allí está el hombre, perplejo, carraspeando. Hum. exclama, y vuelve a exclamar, hasta tres veces. se echa atrás, con gesto nervioso, los puños duros de la camisa, que se le han bajado. Vamos, Silberstein. grita. Qué tienes, hombre. Levántate!
Pero Silberstein no se mueve ni da señales de vida. La voz del instructor cobra casi acentos de ternura. Te has. portado muy bien, hombre! Magnífico. Vamos, arriba, no vayas a constiparte!
La cara de León es del mismo color pardo que la tierra en que reposa. Pero. Por Dios, hombre, si sólo era una broma! Una broma inocente. Vamos, Silberstein, amiguillo, arriba! diciendo esto coge amorosamente al mísero León, al pequeño judío y futuro ranchero, por debajo de los brazos y pretende ponerle en pie. Pero el cuerpo del muchacho está rígido como una estaca. Agua. Traer agua! grita y mientras yo corro a la fuente, los otros ponen un gesto trágico. Estas cosas no me pasan más que a míl murmura el instructor, meneando tristemente la cabeza. Se ha esforzado mucho dice Ferd von Tiene débil el corazón y padece de ataques. Entonces. por qué no le dispensan de la instrucción. grita Brosius, y se pone en pie, como si le hubiesen descargado de un peso¿Cómo iba yo a saberlo. No es mía la culpa. No comprendo a esos padres de la porra. Temen las burlas por el muchacho, si ponen la excusa replica Ferd.
Pero nadie le escucha ni le contesta: todas las miradas están fijas en León.
Este ha vuelto en sí, con gesto asustado, a las voces coléricas del instructor descargando su responsabilidad; abre unos ojos desmesurados, se pone en pie sobre sus piernas temblequeantes, y mientras que la parte superior del cuerpo oscila a uno y otro lado, como si un puño invisible le apuntase al pecho, se cuadra con las piernas rígidas, junta los talones, y se excusa, con su voz quebrada. la orden, Herr Dr. Brosius!
Ferd salta a su lado y le sostiene.
Brosius mira al muchacho. Su rostro angustioso se aquieta. Se seca la frente con el pañuelo de batista, y se sacude el polvo de las rodillas; luego de lo cual se dirige a León, con grandes muestras de afec ¿Qué te ha pasado, hombre. No te sientes bien. León, pálido como la muerte, con los ojos velados por anillos osto: