Amauta Veinticinco flexiones de rodillas a Silberstein por dormirse la tercera vez a la hora de dar su número. En corro! nos grita, y luego se coloca delante de León, marcando el compás. Uno, dos tres. Uno, dos, tres.
Las cinco primeras flexiones le salen perfectas. Pero luego observo que comienza a temblar. Las rodillas le flaquean. El cuello pierde la tensión. Las puntas de los pies, sobre las que se apoya al doblarse, van abriendo, con sus temblores de debilidad, dos hoyos el suelo.
El instructor ríe. Vamos, vamos, Leoncito, a ver si te portas como un bravo alemán!
León hace esfuerzos desesperados por conseguirlo. Pero el espectáculo no puede ser más triste, pues el poder no acompaña a la voluntad.
No pudiendo ya sostenerse, hinca en la arena sus dedos crispados, y la espalda se le encorva. El intructor le da un puñetazo en los riñones y le grita. tu posición. Canalla oigo que masculla Ferd von junto a mí.
Brosius se ha situado al costado del exhausto León y ejecuta, bajo su propio mando y ritmo, una serie de exactas genuflexiones. Para él, esto debía de ser el colmo de la gracia. Pero ninguno se la rió. La clase permanecía rígida y silenciosa.
Noto que Ferd se ríe con todas sus ganas. Su boca pequeñita se estira hasta tocar a las orejas, sorbiendo el aire a raudales por la nariz.
Las pestañas, húmedas, le brillan de risa contenida. Me da con el brazo y apunta con la cabeza a León, que se ha soltado a hacer flexiones como si fuese un muñeco de goma. su lado, Brosius marca el compás por vigésima vez. Uno, dos, tres.
Pero León sigue estirándose y doblándose sin escucharle, como un autómata.
Una risa imponente sacude las filas de la clase. Yo apenas acierto a mantener mi posición militar. En cuanto notó que el instructor no podía observarle, León había adoptado una postura comodísima. la voz de ¡tres! se sentaba sobre los talones, y esto daba una magnífica seguridad y una hermosa rigidez a su tronco, le evitaba las dificultades de balancear el cuerpo y le ofrecía un punto de apoyo para alzarse. Con este procedimiento, hasta un León Silberstein podía resirtir fácilmente cincuenta flexiones.
Lo gracioso era que Brosius, absorbido en sus propios movimientos, no notaba nada. Terminadas las veinticinco flexiones, salta y se pone en pie con mecánica exactitud, toca las palmas y mira aterrado a León, que abandona inmediatamente su falsa postura y vuelve a alzarse y doblarse rigurosamente, concentrando todas las fuerzas ahorradas.
El instructor da un paso atrás y se pone la mano haciendo pantalla sobre los ojos. Veintiocho. dice León, jadeante. veintinueve. Treintal cae, agotado por el triunfo, tan largo como es, con los ojos ceIrados.
Brosius parece haberse vuelto de piedra. Carraspea tres veces, y dice. Qué es esto? Da media vuelta alrededor del cuerpo tendido del muchacho, y vuelve a decir. Qué es esto?