6 Amauta sición de firmes. Por sus mejillas corren dos lagrimones. no puede enjugárselos, para no quebrantar la posición.
El instructor ríe socarronamente y se balancea sobre los talones, con las manos en las caderas. Pasa minuciosa revista al misero León por delante y por detrás, y frunce el ceño. No, no eres tú de los que eligen para la Guardia imperial; pero quizá valgas para ranchero le dijo burlonamente, con aquel acento berlinés que sacaba siempre que quería hacer mofa de alguien, mientras el pobre chico lloraba silenciosamente, con un llanto que descomponía su rígida apostura militar. Para un muchacho alemán del año 14, esto era la mayor injuria imaginable. Tres veces hizo Brosius la ronda a Silberstein, revistando burlonamente su enclenque figura, entre las risotadas de las filas. la verdad es que el aspecto del pobre chico no podía ser más lamentable. El peto de su trajecillo raído, siempre tieso, y las piernas flacas terminadas en unos pies desmedidos y zambos. Los hombros, puntiagudos, desiguales, alzados de un lado y del otro caídos. el pescuezo orlado por un collar oscuro de dudoso origen, pues León no era muy aficionado a las abluciones, fuera de la cara. Sólo tenía hermosos los ojos, y sobre todo el pelo, que era negro y brillante como el azabache.
El instructor se para en seco delante de la fila y empieza a menear la cabeza, hablando con su rebuscado tono nasal. Pobrecillo Silberstein. Qué va a ser de él, si no sabe contar. Qué va a decir el papá, que no hace otra cosa todo el santo día que contar dinero. Eh. Herr Brosius hace una mueca, levanta la pierna izquierda, simula una joroba, se coloca los lentes en la punta de la nariz y frota el índice contra el pulgar, como si contase en el cuenco de la otra mano brillantes ducados de oro.
De las filas salen, como es natural, un par de risotadas.
Herr Brosius era famoso en toda la pequeña ciudad por sus gracias y chistosidades. Los discursos que solía pronunciar como presidente de la Liga naval en las festividades obligadas eran un hervidero de chistes. Las señoras, oyéndole, no podían contenerse de risa. Además, Brosius era un magnífico imitador de sonidos animales. En las funciones de aficionados del Casino, en que solían representarse casi siempre piezas regionales tirolesas, Brosius deleitaba a la concurrencia, oculto entre bastidores, con sus gansadas. Pero donde más lucían sus habilidades era en las excursiones campestres. Su fidelísima reproducción del mugido de la vaca, por ejemplo, cautivaba la atención de todos los bueyes y era el encanto de las damas de la partida. Brosius gozaba de los favores de Fraulein Hainstadt, la más rica heredera de la villa. Era oficial de la reserva y había perdido en Heidelberg, con su inocencia, la ternura poco varonil de sus mejillas. Su nombre de pila era Heini. El único de la clase que se atrevía a no reír los chistes del ingtructor era Ferd von Brosius se vengaba de ello castigándole cuantas veces podía.
El pobre León Silberstein, destacado de la fila y en posición de firmes, llora. Sólo las manos se le mueven, como pajarillos nerviosos que no pudiesen volar. Brosius le contempla con fingida compasión y se ceba alevosamente en el dolor sollozante del muchacho. De pronto, recobra su continente severo y ordenancista, vuelve a colocarse los lentes en su sitio, y fulmina: