Amauta LOS QUE TENIAMOS DOCE AÑOS, por Ernesto Glaeser.
La guerre ce sont nos parents.
Gastón EL COMANDANTE ROJO Firmes! Vista a la derechal Numerarse. Uno Dog Tres Cuatro Cinco Seis Siete Ocho Nueve. Diez! Este era Ferd. Once! Era yo. Trece. Alto!
Los ojos del Dr. Brosius, intructor de la clase y profesor de Gimnasia, se pasean, inquisitivos, por las filas. Inclina un poco la cabeza hacia adelante; alarga el pescuezo, que se asoma, colorado, por encima del cuello duro, como un papagayo a quien ofrecen un terrón de azúcar, y da una patada en el suelo, que hace saltar el polvillo gris azulado del patio de la escuela. Los sutiles lentes le bailan sobre la nariz y no se le caen gracias a la cadenilla de plata que los asegura a la oreja.
En las mejillas del Dr. Brosius se inflaman de cólera las cicatrices de los duelos estudiantiles. Entre nuestras cabezas rígidas, una cara se pone roja como la grana. Silberstein! Naturalmente, tenía que ser el caballero Silberstein, de la Casa David Silberstein and Co. paños al por mayor, el que no supiese contar doce. Dé usted un paso al frente! León Silberstein, el único judío de la clase, da un paso al frente y se cuadra. Atrás! brama el instructor. Qué pie has adelantado. El izquierdo. vuelta. Qué modo es ése de contestar militarmente a un superior. le grita, al tiempo que le da un empellón que le vuelve a su sitio. la orden, Herr Doktor! Con el pie izquierdo acierta a mascullar el raquítico León, luchando ya con las lágrimas, como siempre que le ocurren semejantes escenas. Un paso al frente!
Esta vez le sale. Es que todavía no sabes cuál es tu número. León, rígido delante de la fila y colorado como un tomate, saluda militarmente. la orden, Herr Doktor! Me he equivocado. Equivocado. Hombre, tiene gracial. el instructor se ve acometido por uno de sus estrepitosos ataques de risa. Equivocado. Equivocarse al contar. Es gracioso. El mocito no sabe siquiera qué número tiene. Estarías durmiendo o pensando en las musarañas. Es que. sabe usted. tengo muy mala memoria para los números musitó León, agachando la cabeza. en su perplejidad, no cesaba de escarbar la tierra con el pie izquierdo. No sabes cuál es la posición cuando se habla con un superior?
El pequeño se estremece, como agitado por un escalofrío, y coloca inmediatamente la cabeza, los pies, los brazos y la espalda en po