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Amauta laciones, presentadas con un talento de una vigorosa claridad (que yo no sabía aún artificial) parecen conformes a las enseñanzas de la historia, a la sicología humana y a la naturaleza de las cosas? No poseía entonces del comunismo sino nociones rudimentarias falsas y que le daban una faz bárbara o por lo menos primaria. Ignoraba casi todo de los fenómenos económicos complejos y nuevos que caracterizan nuestra época, de las transformaciones morales que ellos acarrean, del análisis que de ellos ha hecho Marx y de las consecuencias que ha sacado científicamente. Mi catolicismo y mi monarquismo se completaban para ofrecerme de la verdad una imágen que me satisfacía por sus proposiciones y su equilibrio y que correspondía a las tendencias que se habían suscitado en mí en el curso de mi infancia.
Pasé entonces en Berck una temporada que, desde todos los puntos de vista, ensanchó mi horizonte. Leí con voracidad y todo entraba esta vez en mi lectura.
Ví a Charles Maurras, a mi regreso a París, y él me aconsejó leer a Taine con prudencia. yo lo había ya leído) y a Fustel de Coulanges. Conocí también al Padre Sertillanges. El me inició en la filosofía tomista que, deslumbrado al principio, yo quise profundizar. Parecía corresponder tan bién a todos los aspectos de lo real y se elevaba a lo sobrenatural con una lógica tan sólida y tan extricta que comportaba para mí una magnífica evidencia y que las cuestiones que me habían por un instante turbado, las cuestiones de exégesis por ejemplo, me parecían en cierto modo reabsorbidas. Sin embargo, la teoría de la analogía hizo de pronto saltar ante mi espíritu el defecto de la ccraza y me mostró a qué antinomias insolubles desemboca fatalmente un antropomorfismo metafísico como el que caracteriza en el fondo la mayor parte de los métodos filosóficos y a qué artificios se debe recurrir para reducirlos. El Padre Sertillanges no me convenció escribiéndome que abordaba una cuestión inmensa por un lado demasiado estrecho. sentí que se celaba ahí un vicio cuyas trazas me era fácil descubrir en el conjunto del sistema y del que el marxismo me ha proporcionado después la explicación revelándome su proceso.
Constaté que no es Dios quien ha creado al hombre, sino el hombre quien crea sus dioses. Todas las objeciones de orden sicológico, científico o histórico que yo había podido reunir contra el catolicismo recuperaron su valor y caí en un agnosticismo absoluto.
Mi separación de Action Francaise fué mucho más larga. Yo continuaba leyendo enormemente y al mismo tiempo viajaba por Francia y el extranjero y entraba en contacto con los personajes y los sistemas más diversos, inclinándome tan pronto hacia los unos, tan pronto hacia los otros. El relato detallado de estas experiencias, que no podría caber en los límites de un artículo, será hecho en las memorias que a instigación de algunos amigos me he decidido a escribir y de las que ya he hablado. Una familiaridad más grande con los diferentes aspectos de la vida moderna me hizo en fin distinguir lo que constituye en fin la debilidad del neo monarquismo. Es, aunque sus adeptos lo nieguen, su anacronismo. Trata él de restablecer el orden restaurando cuadros demasiado estrechos y que no pueden sino romperse bajo la presión de los fenómenos nuevos, extremamente rápidos y extremamente intensos, que nacen del prodigioso florecimiento de las ciencias aplicadas, de la facilidad de las comunicaciones, de la extensión y de la transformación concomitantes de todas las relaciones