Amauta 67 Pa rá bolas del Ande Don Antonio ha dado órdenes terminantes para que se haga el rodeo de hacienda el mes de julio próximo.
Este año el 28 será sonado en Cajamarca.
Para lo cual se han constituído en la hacienda él y su familia, debidamente equipados, con un cortejo de 20 a 30 indios, domésticos inmediatos del latifundio.
Amanece el de julio.
Cincuenta a sesenta indios, patacha ponchos, en el patio de la casa, originalmente ecuestres, reciben sumisamente las órdenes últimas del primer mayoral de la hacienda, y parten, y parten como una cuadriga de centauros, devorando a relinches las distancias del dominio.
Lunes, martes, miércoles.
Tres de la tarde. lo lejos. Por el cerro calvo de enfrente se vé descender una nube de toda clase de animales, como si fuera un hormiguero fecundo.
Se diría todo un cerro en movimiento.
Don Antonio y su mujer, vestidos de cuasimodo, hablan engreidos no sé de qué cosas.
Don Antonio sonríe tomando de la mano a su mujer.
El café está humeando en el regio comedor.
Las hijas de don Antonio han quitado su hilaza a las semaneras de la hacienda y tuercen el copo de lana musga, a risotadas, enjilado en una rueca de lloque.
El niño que así llaman los indios al hijo menor de don Antonioapalea a un cholito de la hacienda, de años aún, enfermo que se arrastra envuelto en un pañal zarrapastroso.
Las de la tarde.
No hay corrales para tanto animal desorientado.
Don Antonio se siente engrasado este año.
Todo el mundo se ha desmontado y se ha sacado el sombrero.
En los corrales se producen alumbramientos de vacas.
Dos toros pelean a matarse sin ningún respeto.