Amauta 63 a tado por los capitalistas y el imperialismo financiero del extranjero se derrumbaría como un artefacto ruidoso y podrido. Aún no se ha producido una seria ruptura entre terratenientes y pequeños burgueses en el poder. Resolver la cuestión agraria es uno de los puntos que más preocupa a la política oficial. Sobre la base de tierras arrancadas al desierto, sobre la del reparto, del fraccionamiento de la gran propiedad, poco importa. Lo interesante para nosotros es que burguesía devore los rezagos de la feudalidad existente y de nacimiento a un proletariado cada día más numeroso, capaz de devorarla a ella misma, para irnplantar sobre los escombros del capitalismo moribundo una economía socialista.
El problema de la tierra está íntimamente ligado con el del indio, por haber sido éste su tradicional poseedor. Aquí tampoco se descuida la agitación demagógica. Así como se arremete teóricamente contra los señores de la tierra, se quema incienso al indio, sin un mayor interés por mejorar el nivel de su vida. Mientras no se extirpe en forma radical y sistemática el feudalismo, implantando en el campo el régimen forzoso del salario y de la jornada de trabajo, persiguiendo hasta sus límites extremos todos los privilegios del hacendado, el problema de la emancipación del indio y de su derecho a la tierra servirá de pasto a discursos de funcionarios y editoriales de diaristas. Dar tierra unos cientos no es resolver seriamente el gran problema. Son cuatro millones de indios esclavos los que la piden. Si la población rural de nuestra costa ha sido torpemente incomprendida en su capacidad para trabajar tierras propias, los indios lo han sido en mayor grado, considerándoseles con tal menosprecio que no pocos miran en ellas la causa del atraso y miseria de la sierra, habiendo quienes opinan por su inmediata desaparición o por su cruce con otras razas hasta que pierdan todos sus caracteres étnicos en el curso de los siglos. Sin embargo, es lo cierto que nuestros indios tienen valiosísimas condiciones para ser considerados como factores económicos de primer orden, y rasgos y caracteres de índoles social bastante apreciables.
En primer término, la población indígena, tanto de hombres como de mujeres y niños tiene arraigadísimo el hábito del trabajo, con una facultad de adaptación tan señalada, que no hay región minera del Perú donde no se consiga el número de operarios que se quiera, hábiles para el penoso, difícil y peligroso laboreo de las minas; ni zona agricola donde los indios no se destaquen como ingeniosos agricultores.
Cualquiera que visite el interior del Perú, constata inmediatamente que las tierras mejor trabajadas son las que pertenecen a las comunidades indígenas. Donde la industria fundamental es la ganadería, los indios son excelentes pastores. Cuando se va a llevar a cabo una obra de gran importancia en la sierra del Perú, todo puede preocuparle a quien la realice, menos la mano de obra, que está seguro de conseguirla abundante y barata dentro de la población indígena vecina. Por último, el indio baja a la costa a trabajar en las haciendas de los valles y en las islas guaneras. No hay, sin duda, quien haya visto una india cruzada de brazos.
Al pie de la lumbre, atizando el fuego dentro de su cáñada, cruzando punas, ascendiendo cerros o pastoreando ovejas, la india está siempre con un hijo a la espalda y con la rueca en la mano. Posiblemente un millón o dos millones de husos y muchos millones de telares movidos