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Amauta 51 verdaderas repúblicas. en siglos posteriores, ascendieron a la categoría de asientos de una cultura multiforme. Los griegos anteriormente habían dado en Atenas, el modelo de la ciudad perfecta, como centro de actividades amplias y nobles del hombre. Fué un sentido artístico y religioso el que llevó a los griegos a edificar su ciudad, y allí, los templos, las casas, las plazas públicas, los jardines, las estátuas, hablaban al alma del hombre con un lenguaje elevado de la noble armonía que debe reinar sobre todas las cosas. He aquí el lenguaje de la ciudad griega. Sin ella sería inconcecible el arte griego. Sin el Partenón, sin la estátua de Minerva serían imposibles los Diálogos de Platón, los poemas de Arquíloco, la oratoria de Demóstenes. La Atenas griega ha desaparecido, pero el pensamiento que fecundó esa ciudad vive, y por ese pensamiento podemos, hoy mismo, reconstruir la ciudad ideal y vivir en ella horas de armonía. es que la ciudad tiene un alto sentido educador. En ella formamos el hogar de nuestra felicidad, desarrollamos nuestras actividades como sometidos a un concurso de selección; en ella fecundamos amistades, sembramos fraternidades y conquistamos nuestros triunfos. Por esto la ciudad debe ser noble para enscñarnos a pensar y a vivir con nobleza. En Atenas un extranjero era reconocido por su desarmonía dentro del conjunto de la ciudad y se le aplicaba el dictado de bárbaro.
Nuestras ciudades formadas al acaso de la colonización siguen el progreso reversivo de una verdadera cultura. Se atiborran cada día más con los artefactos de una civilización muerta. La precipitación va despojando a las cosas de su sello de distinción, de nobleza. Se vive al día con el menor porcentaje de idealidad. es característico ver cómo nuestras ciudades que hallan terreno suficiente para campos de foot ball y de tennis, para pistas de automóviles no halla unos cuantos metros cuadrados de terreno para destinarlo a un jardín artístico para recreo de los niños donde se junten en amable alegría sin distinción de sexos ni de fortunas.
Un sórdido afán comercial se va apoderando de las ciudades, sin dejar un rincón para refugio del ensueño. No ha florecido nada de las tradiciones culturales del país colonizador y esto nos prueba que las culturas no se transportan como se transportan automóviles y maquinarias. La cultura es producto espiritual de un pueblo, arraigado en su medio geográfico.
Por otra parte, los pueblos que han surgido, como el nuestro, de un afán mercantilista de colonización, sus núcleos dominantes están integrados por esquirlas separadas de su propia cultura y que ya no tienen el menor interés en conservar el recuerdo de su integridad formal.
Esta renuncia de las experiencias psíquicas de su raza en un suelo vírgen, los ha retrotraído a los primeros estadios del instinto. Su actividad funcional se ha exacerbado en un sentido elemental de conservación de la especie y se han formado una psicología especial con todas las reacciones y las reminiscencias inhibidas de sus instintos.
El incentivo del lucro, la voluptuosidad de la dominación, la libertad sin frenos, hizo de los primeros colonizadores una especie particular de tiranos. La raza sometida se inhibió y poco a poco fué olvidando su destino bajo la embrutecedora anestesia del trabajo y del sometimiento. Estas reacciones sociales han tenido su efecto en el desarrollo posterior de nuestro conjunto humano.
Los biólogos más destacados de este siglo, como Havelok Ellis.
Marañón, etc. han comprobado que es en los pueblos de reciente for