José Carlos Mariátegui

24 Amauta Ε Ο Ν Τ Ε Ρ S (Viene de la página 16)
generación, especialmente el grupo encabezado por José Carlos Mariátegui, limeño, tiene un gesto de autocondena, que demuestra, conjuntamente, no solo la existencia de medio más amplio, en que caben todos los matices, sino la plasmación de una gran ciudad en ciernes y la valoración de los propios actos, así como la protesta ardida contra las taras, cuya denuncia no requiere la presencia de fiscal de otra temperatura.
Valdelomar, iqueño, avencindado en Lima, es un signo más que comprueba como en el medio moderado, escéptico, y constatador del Centro han surgido quizás por contraste los directores y voceros más eficientes de los mismos males, a fuerza de encarnar una región constatadora, crítica, es decir consciente, o sea conocedora cabal de su situación. El Norte es esencialmente contemplativo. En el Norte el movimiento emancipador plasmó cuando era indetenible; pensó antes de actuar.
Los movimientos emancipadores en Lambayeque y Trujillo fueron simultáneos con la llegada de San Martín. No se arriesgaron los patriotas a promover un levantamiento, sino cuando el éxito estaba asegurado, o, a lo menos, era posible. Siglos antes, el Inca encontró seria resistencia en el norte, bien sea entre los chimús, bien entre los quitus.
Pero, mientras en el sur los chancas fomentaron continuas rebeliones, parece como que los chimús hubieran sido tenaces en la resistencia al gran ataque de Pachaccutec, pero que posteriormente fueron adquiriendo la hegemonía, disputándosela al sur, hasta lograr que Huayna Ccapac trasladase su corte sin cambiar la capital del Cusco a Quito. Mochicas y tallancas se decían venidos de un lejano país, cuando Naylamp el fabuloso desembarcó en Eten. Los cronistas hablaron unanimente, es decir repitiéndose los unos a los otros, de una misteriosa invasión en tiempos prehistóricos, a la región de Tumbes, invasión de gigantes, bien fueren gigantes por su corporeidad o por sus conocimientos.
En Quito se discutió la ascendencia de los discutidos scyris, de quienes tanto habló el Velasco y que, negados por Jijón Caamaño, han sido reinvidicados parcialmente por Jaramillo Alvarado. De Cajamarca se asegura que salió Atahualpa, o de Quito, según la opinión corriente. La conquista del Norte por los españoles fué lenta, persuasiva, menos cruenta que en el decidido ataque al sur. El Centro fué un tránsito. Las revoluciones republicanas cundieron por todo el territorio, pero no tuvieron en el norte el matiz violento del sur. La de Balta se afincó en Lambayeque, aunque no tuvo la virulencia de la de Salaverry, por ejemplo.
De Cajamarca salió Iglesias, contemporizador y considerativo después de la guerra del 79, para firmar el Pacto de Ancón. Verdad que en el Norte estuvo el último baluarte de la resistencia del 82, pero ahí iban gentes de todo el país, e iban ahí porque precisamente, el Norte había vivido un tanto alejado del centro de la guerra por causas geográficas, e iban dirigidas por un sureño, Cáceres.
Cajamarca tuvo hombres señoriles y reflexivos, generalmente.
Lambayeque también, pero la proximidad y la rivalidad con Chiclayo alteraron su tranquilidad; y Chiclayo, como a veces Piura, ofreció un carácter belicoso. Para crecer tuvo que atacar el poderío lambayecano, ciudad abolengada. Los apellidos de los Lora, dicen mucho de aque