22 Amauta cómo es de extraña la ciudad para los ojos de los pobres!
La ciudad con sus cines y sus carteles iluminadossiempre de fiestadonde todo cuesta porque todo se vende y los pobres nada tenemos que comprar.
Una mañana amaneció con el hijo en los brazos.
En vano lo envolvió con su sangre y con la noche el gran sudario de los pobres.
Estaba allí pequeño, triturado, llorándole.
Ese fruto moreno de sus 15 años de alegría.
Cuando la luz entró, muy vaga, como entra en las casas pobres donde no se sabe cuando ha amanecido, la encontró mirándose, profundamente, hacia adentro.
Era tan nuevo tan nuevojel primer hijo de la obrera. La voz imperativa de la fábrica le gritó la mañana se desplomaba triste, para todos los que dan el triple del esfuerzo Ella seguía mirando con los anchos ojos fijos en sus ropas desgarradas en la sucia miseria de los pobres.
Los pequeños hermanos haraposos la madre indiferente, y el hijo que lloraba como la única protesta.
La miseria nos pesa como un pecado irreparable.
Desde entonces por la herida de su vientre la que perfiló su cara y transformó su cuerpo con las líneas de la maternidad y le trajo el presente del hijo una alegría nueva también desconocida