Amauta 47 mi espíritu. Pronto a coger cualquier indicio para la más generosa interpretación de ese progreso. Nada. Las respuestas han sido las de siempre. No creáis, desde luego, que yo esté convencido de que todos y cada uno de vosotros cree en la aparatosidad de este progreso que no tiene más voz para manifestarse que el klaxon de un automóvil. No.
Os creo, por el contrario, dotados de la suficiente ecuanimidad para ver mejor el aspecto de las cosas. Por esto, os voy hablar del concepto del progreso como síntoma de evolución social, es decir, del conjunto de los grupos humanos en marcha hacia un objetivo espiritual.
Mi tema no es político, al menos, en el sentido que tiene entre nosotros esta palabra. Mi tema se concreta, en último término, al hombre, factor elemental y constitutivo del grupo social. aplicando al hombre el sentido integral de la palabra progreso, vamos a la interpretación sintomática del crecimiento social.
Progreso, etimológicamente, quiere decir salida adelante, en oposición a la salida atrás, o regreso. Esta antinomia, progreso y regreso, existe potencialmente en todo germen biológico, como las dos faces del proceso de la vida. El cuerpo organizado, por el desarrollo de una fuerza centrípeta, crece, prolifera, cerrado en el claustro materno que es el punto de origen, y de allí parte, sale adelante, progresa. La especie humana ha realizado esta salida de un remoto claustro maternal, y esto es lo que se llama el progreso filogénico de la especie, que con todas sus etapas psíquicas se repite en miñatura en el nacimiento de cada nuevo ser, y esto se conoce con el nombre de progreso ontogénico. Así que la especie no realiza un progreso, sino que es la suma de progresos infinitos, como un río que en su marcha acrecienta su caudal con infinidad de hilos de agua imperceptibles. El río, a pesar de la ley de gravitación que lo empuja adelante, tiene en potencia otra ley negativa que puede hacerlo retroceder con un simple trastrueque de aquella ley que podemos llamar positiva.
Esta marcha del progreso de la especie humana, tiene dos aspectos que casi nunca prosiguen paralelamente o sincrónicamente. Waldo Frank los denomina mundos. La carne y el espíritu. El progreso biológico sujeto estrictamente a la sucesión del tiempo, es el perfeccionamiento acompasado y lento de nuestra arquitectura corporal, somática, histológica. En este terreno es de recordar la ley darviniana de Natura non facit saltus. La morfología de cada una de las piezas de nuestro sistema óseo, es el resultado de una enthelequia milenaria de perfecionamiento. Nuestros primeros padres en la serie filogénica, los hombres de la caverna, los trogloditas, estaban dotados de un mecanismo esquelético más complicado, destinado a reflejos que encajaban bien en la lucha con su mundo circundante. medida que avanzaba la especie iba dominando elementos, y como resultado morfológico, desaparecían por atrofia, órganos e instrumentos y, por consiguiente, el auge de una esquematización más perfecta de su constitución anatómica y funcional.
El progreso psíquico iniciado ya en etapas más o menos tempranas de la filogénesis, ha seguido un proceso errático. Es un mundo que ha hecho su ritmo propio y en extremo variable. veces es el lentísimo de los pueblos que desarrollan una cultura sedentaria; otros el maestosso, el appasionato o el mezzo forte de las culturas dinámicas. a este proceso ya no puede llamársele estrictamente progreso, por.
que no es una marcha acompasada y monótona como la que requiere la construcción lenta de nuestra anatomía, sino florecimiento, desarrollo