Guerrilleros

10 Amauta marido fracasado. Liseta, la nietecita, puede pasar todo el verano al lado de sus abuelos sin que les cueste un céntimo a los padres. Los sábados les mandarán del pueblo tocino, tortas y un ganso, pero para ello es necesario que la nieta vaya a misa. si quieren ser ayudados los dos, el padre tiene que decirle a la hija que existe Dios y que todos los que le niegan van al infierno. Qué remedio. Hay que vivir!
Pero, felizmente, Liseta ha heredado la vena escéptica del padre y su irónica malicia. Se entienden a maravilla los dos. Liseta. le dice el padre, sentándola en las rodillas. te acuerdas de lo que te decía que no existe Dios y que eso del paraíso es un cuento estúpido que han inventado para las criaturas? Liseta, mírame a los ojos: tu papá estaba en un error; aquello no era verdad. La verdad es que håy un Dios sentado en el Cielo, que lo ve todo y lo sabe todo.
Los viejos, que están al lado, miran recelosos a los labios del yerno, como se mira a las manos de un jugador tramposo. La pequeña asiente con la cabeza. Sí, papá.
El padre reconoce en ella la raza, y piensa: qué suerte que se le dé una higa de todas estas andróminas!
Tres años lleva Kamm sin trabajo. Lava, amasa el pan y ha aprendido a repasar medias. Reproches interminables. Eternas murmuraciones: que si ha hundido en la desgracia a la ilia, que si el Partido explota a los afiliados mientras trabajan, para luego abandonarlos en la miseria. Era como para volverse loco. Qué has sacado de todas tus privaciones? Ni siquiera te ofrecen, ahora que estás en la calle, un puesto insignificante en el Partido. así el día entero.
El herrerillo huye a los pueblos, recorre el campo como agitador peregrinante, sube a las montañas, se extravía por los caminos. es el primero que se aventura a predicar la doctrina en un pueblo de la selva formado por antiguos guerrilleros de las guerras de campesinos que hoy han venido a convertirse en ricos labrantines a quienes la avaricia aisla de todo trato con los hombres. Apenas habrá ninguno que posea menos de cuarenta fanegas de tierra, pero sin animåles ni criados para trabajarla. La inflación ha devorado todo el dinero, y sin maquinaria ni abonos, que son muy caros. cómo arrancar la cosecha a la tierra dura y fría? Defraudado en la fe de sus mayores, el pueblo arrojó de la parroquia al cura, y con él a los agentes electorales de todos los partidos que habían ido a sacar votos para la elección de presidente. Hasta ahora, Kamm no ha ganado ningún prosélito entre estos amargados aldeanos ortodoxos, pero por lo menos ha conseguido que los duros rostros de estos hombres, con sus sombreros medioevales de ancho vuelo, y las mujeres, con sus tocas blancas almidonadas, que a lo lejos parecen cometas, le saluden afectuosamente. No hay pueblo en la montaña, ni el más remoto estos pueblos donde las lluvias torrenciales arrastran el mantillo de la tierra. en que no conozcan familiarmente a este hombre que representa dieciocho años y tiene cuarenta y va peregrinando de lugar en lugar con su cartera de periódicos al hombro. Este mozo no sabe lo que son las judías ni las patatas dicen, al pasar, los jornaleros de las canteras de basalto, hombres feroces y salteadores de caminos. es verdad, pues Kamm no tiene un huertecillo donde sembrar sus coles ni uno de esos emparrados en que