Bourgeoisie

Amauta mujer del obrero más humilde? Podría uno estar sentado las horas muertas, viéndola frotar, lavar, rascar, secar, bruñir todo lo imaginable: los cacharros, la ropa, los muebles, las paredes, el piso. Ni los rincones más recatados y obscuros, detrás o debajo de los armarios, se libran de su furia doméstica. todo esto tiene que hacerlo ahora el marido. lo que él hacía en los buenos tiempos, cuando miraba inquisivamente sobre el fogón para convencerse de que no había quedado ni un solo granito de polvo, sin perdonarle a su mujer ni el menor descuido, lo hace ahora ella; ella, a quien el marido tiene que dar cuentas, como a dueña y señora del hogar que sostiene. El, el sumiso, el obediente jornalero, reducido a lavandera en su propia casa! En el fondo de su alma, todo alemán tiene a su mujer como una esclava y desprecia las labores caseras. Piensese lo infinitamente humillado que se sentirá este alemán con el rodillo en la mano, gimiendo agachado por todos los rincones o pelando patatas con una fuente en las rodillas. El obrero contempla estas cosas con la misma mentalidad que el pequeño burgués. Un excelente trabajador que estuvo sin ocupación durante varios años, me decía con honda amargura, apuntando a sus brazos arremangados, con el cepillo en una mano y en la otra los zapatos sucios de su mujer. Vea usted a qué miseria y humillación me ha traído la falta de trabajo. Yo, un hombre, tenerle que limpiar los zapatos a la señorita de mi mujer!
Herido y dolido en su orgullo de hombre, busca el modo de recobrar en otro terreno la dignidad perdida. Los días de paga, cuando la mujer, con fingida modestia, pone encima de la mesa el jornal de la semana, el hombre anda de acá para allá desde que se levanta, irritado y sombrío. la mesa, estalla una violenta disputa. Quién manda en casa, tú o yo? descarga un feroz puñetazo sobre la mesa. Un viejo látigo es descolgado de la pared. Los niños aúllan. La madre se rinde. Termina la comida. Los padres se encierran en al alcoba. El se hace de rogar largo rato. Ella se desnuda, le mira con ojos húmedos, suplicantes. al cabo, cae sobre la mujer como un salvaje, en un arreba.
to de odio, y le arranca gritos que llegan a la calle. Luego la manda a buscar pitillos. Jamás, en los tiempos mejores, amó a su mujer con amor tan ardiente y celoso; jamás la mujer suspiró por nuevas ternezas como ahora, que son, en el fondo, caricias compradas. el marido va gradualmente degenerando hasta convertirse en el chulo de su mujer. Pronto acabaré siendo su chulo me decía el pobre Kamm, aquel a quien vimos limpiando los zapatos. lo que complicaba tremendamente su situación era que la mujer descendía de una antigua familia de aldeanos católicos, de una de esas familias con retratos del Káiser y la Kaiserina, con misa todos los domingos y con un abuelo abanderado del famoso 166, el regimiento de los hulanos amarillos y azules. El viejo se había opuesto siempre a este matrimonio. Cómo era posible que una muchachita tan honrada, tan bonita y de tan buena figura como su nieta fuese a estrellarse contra este ruin herrero inestable que cambia todos los meses de amo. No, este hombrecillo no sería nunca capaz de sostener una familia. Ahora que Kamm depende materialmente ellos, los suegros se las arreglan para modificar a cada paso el orden constitucional de la familia en favor de la mujer y de los hijos y en excesiva desventaja del