8 Amauta de le pincharon el brazo, y. no tenía razón sobrada la pobre mujer? Hoy, el niño tiene el bracito cubierto de pústulas horribles. Cualquiera que arremangue el sucio brazo de la criatura puede verlas.
Pero ¡hay que ver cómo alarga Frau Kremer a su hijo el plato por encima de la mesa, con qué ojos contempla, extasiada, sus espaldas fuertes y varonilesi Con guiñadas muy significativas, en voz muy bajita, como replegándose sobre sí y presta a saltar defendiéndose, les dice a las vecinas. Mi hijo está en huelga!
Diríase un árbol viejo y seco pronto a derrumbarse que saludase, agitando su última rama verde, a la bravura de la juventud que sabe olvidar todas las derrotas, a esta mgnífica solidaridad de la clase obrera.
EL, COMUNISTA; ELLA, CATOLICA mayoría de los obreros despedidos, por políticamente peligrosos, no pertenecen a la generación joven, sino a la vieja.
El mozuelo aldeano que se siente cohibido por el aire de la casa paterna, entra en la fábrica y acepta cualquier jornal y cualquier jornada, con tal de sacar un par de marcos para cerveza, para comprar una bicicleta a plazos y un traje entallado para los domingos. La antigua generación obrera que tiene tras sí veinte años de luchas sindicales y revolucionarias, es a pesar de las condiciones tarifadas relativamente favorables en que trabaja y de su situación privilegiada respecto a los demás, mucho menos transigente, y no se resuelve fácilmente a desalojar sin lucha sus últimas posiciones.
El resultado final de esta campaña de resistencia por muy prudente y moderada que sea es siempre el despido. Al principio, el obrero no se preocupa gran cosa de su situación. Tiene magníficas referencias, veinte o veinticinco años de experiencia en el trabajo; además, ocurre que precisamente en este momento se advierte una cierta intensificación de actividad en la rama de su industria: es seguro que hoy mismo, o mañana a más tardar, encontrará trabajo. en último término le consuela pensar que no se quedará sin comer, pues su mujer trabaja de asistenta en una casa rica, donde le dan una buena paga.
En los primeros días, aun no se deja advertir la cruel legislación que rige para los sin trabajo. Pero, poco a poco, van entrando en vigor estas leyes. La jefatura de la casa corresponde al cónyuge que sostiene la familia. Al volver a su hogar después de rendir el duro trabajo del día, el obrero, desea encontrar un cuarto limpio y sentarse a una mesa bien arreglada. Quiere que los niños estén lavados y peinados para cuando él vuelva, que sus narices estén limpias de mocos y corregidas las tareas del colegio. Pero estas exigencias no rigen ahora. Una mañana, a los tres días de estar sin trabajo, el obrero cierra la puerta por la que acaba de salir su mujer a sus ocupaciones, se ciñe sumisamente el mandil casero y se dispone a arreglar la casa. Limpia el polvo, bruñe los cristales, lava los cacharros y retuerce después las bayetas, saca afuera el cubo de la basura, friega el suelo de la cocina, hace las camas, saca al balcón las sábanas y los edredones y, después de tenerlos un momento aireándose, vuelve a colocarlos en su sitio con pedantesca meticulosidad ¿Quién podrá formarse una idea del culto a la limpieza y al orden que rinde diariamente entre las cuatro paredes de su casa hasta la