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Amauta en ga el mismo número de agujas para los dos trabajos. Tres por cada cien zapatillas. Es evidente que los 15 pfennigs que paga el fabricante por las guateadas. por las corrientes sólo abona 10 no bastan para cubrir el costo de las agujas suplementarias. Pero no es esto sćlo. Hay mil ardides y sutilezas más de que el patrono se vale para estrujar al obrero hasta sacarle la última gota de sus energías. Es más fácil timonear un barco dando la vuelta al cabo de Buena Esperanza que coser la suela de una zapatilla de modo que no se conozca una sola puntada. Cuántas corrientes podemos calcular que remata la jornalera en una hora? Hay que descontar un pfenning para las agujas, mientras que el fabricante, por los mismos sesenta minutos, abona 10 pfennigs menos. Qué extraño, pues, que esta Frau Kremer, con sus espaldas agobiadas, su mísero vestido negro y el algodón en el oído, que le mana sangre, parezca una estatua viva del dolor y la desconfianza? Si la vida le saliese al paso en este momento brindándole la dicha a manos llenas, arrugaría todavía más los pliegues de su cara, volvería la espalda y correría a poner a salvo la carga de zapatillas terminadas.
Este cuarto con el armario sin vajilla, con sus edredones encarnados y llenos de manchas, con el orinal a la vista de todo el mundo, con la cocina y su techo húmedo y desconchado; toda la vivienda. una palabra, en la que no se ha hecho la menor reparación ni puesto un brochazo de pintura desde hace quince años, que no tiene agua ni retrete. la vivienda y su moradora, Frau Kremer, este ratoncillo caído en un hormiguero y ya medio devorado, sólo tiene un arma defensiva contra las asechanzas del mundo: la más absoluta desconfianza.
Recelo de todo y de todos. Frau Kremer masculla: Estos socialistas son unos canallas, y cada una de sus palabras una mentira. Estos comunistas son unos cobardes que en el año 23 se tumbaron a dormir.
No se para a pensar si el Partido estaba o no preparado para la lucha y cuántos meses o cuántos años de labor callada y tenaz tendrían que pasar antes de que pueda guiar al proletariado a la victoria.
Ella necesita una mano que la ayude, pero ahora, inmediatamente, o nunca, pues las fuerzas de Frau Kremer tocan a su fin.
Cuando un ratón lleva un susto de muerte, rompe a sudar, se empapa de miedo. Cómo va Frau Kremer a confiar en la revolución, si su cuerpo caduco está ya cubierto por el sudor del agotamiento final. No puedo ingresar en la organización. Me prohibiría trabajar por un jornal tan mezquino y exigiría que abandonase el trabajo.
Sin embargo, la casa de Frau Kremer está animada hoy por un aire de fiesta, una gran fiesta obrera: su único hijo un mozo de quince años, empleado en una fábrica de embalajes para cigarros está en huelga, por primera vez en su vida. Hace tres semanas que empezó el paro, en el que toman parte 135 obreros. Sin esperanza de triunfar, pues los esquiroles afluyen a la fábrica, en tropel, de todos los barrios vecinos.
La vieja calla. Ni una palabra de reproche, ni una queja. Para no hacerse traición, hace como si nada ocurriese, como si el hijo no estuviese delante. Ella no cree en las huelgas ni en el socialismo, y:su recelo escéptico es tanto, que ni siquiera cree en las viruelas. Lo único de que está segura es de que todo lo que viene de los señores es engaño.
Todo un año se pasó escondiendo a su nietecito del médico de la beneficencia. Al fin, uno de estos días le llevaron arrastras al hospital, don