Amauta 77 simple testimonio de los impulsos incontrolados de un gran temperamento desenfrenado.
Es posible seguir, paso a paso, el proceso de la obra de Juana García de la Cadena, porque en esta obra, todo es fruto y testimonio de un proceso constante e ininterrumpido de afirmación de sus propios valores, de sus rasgos e iniciaciones personales, sin obligarse a ninguna influencia exterior, sin apartarse de su camino, hasta culminar, como síntesis en una afirmación categórica y rotunda de todas sus cualidades y virtudes.
Primero, es el realismo, apoyándose en un propósito imitativo, entendido y practicado con gran honradez y probidad. El natural, la realidad, solicita la curiosidad ágil y alerta de nuestra pintora, y Juana García de la Cadena, ingenuamente maravillada y sorprendida ante ese espectáculo, se afana en trasladarlo a sus telas tal cual lo ve y se ofre.
ce a sus ojos. Pero esta visión, que quiere y se afana en ser fiel y literal, en ser transcrita sin variaciones, en no traicionar la realidad de donde mana, traspasa, afortunadamente, estos límites y tan cautas previsiones, porque media, revelándose con el temperamento de nuestra pintora, fluyendo con sus manifestaciones, un ancestralismo inconsciente, fatal, obstinado y arraigado, que se descubre en sus obras con rasgos completamente personales, por su fondo racial. afanándose por interpretar fielmente la realidad, existen, latentes, en el temperamento y en la visión del color, en las formas, en las harmonías, que aun dentro de esta primera fase del proceso, ya desde sus primeras telas, afirman, de una manera inconfundible y vigorosa, ese ascendiente racial y ese ancestralismo.
Hemos escrito la palabra ingenuidad y habría que repetirla, a cada instante, porque el arte de Juana García de la Cadena es sorprendentemente, maravillosamente ingenuo, sin que esa virtud se opaque, ofuscándose, en ninguna de las fases de este proceso que recorremos.
Su arte es ingénuo, sincero, de una gran frescura, jugoso, rebosante de savia, porque no va más allá de la emoción, confiándose a ésta, sin pedirle más de lo que ésta ofrece, sin pretender operar viciosamente sobre ella, apurándola, para saciar y esprimir, como muchos pintores que intentan de esta forma suplir una deficiencia inicial de emotividad, las posibilidades estéticas y formales que de ella pueden arrancarse.
Para Juana García de la Cadena, la emoción estética, la visión de la realidad a través del propio temperamento y fecundada por éste, es, íntegramente, sin más consideraciones, sin necesidad de afianzarla o elevarla por medio de recursos agenos a ella misma, el hecho artístico, cabal y completo, y precisamente, en la fidelidad y en la gran sinceridad con que traslada esa emoción a sus telas, se encierra el secreto de la intensidad y la elocuencia expresiva, magníficamente persuasiva, de su arte. Porque si damos en cifrar el arte no en una fría y calculada especulación cerebral, con la cual se intenta muchas veces suplir la verdadera emoción, o en un problema de oficio, sensualismo, culto a las calidades sinó en la revelación de los vínculos desinteresados y agenos a todo juicio de valor, que unen el hombre a la realidad, es indudable que la plenitud de una creación artística corresponde al grado de sinceridad, de desintereses, de libertad, con que el artista proceda al trasladar a sus creaciones, sus emociones y sentimientos. El hecho estético, la creación estética pura, exige una sinceridad total, una gran ingenuidad, para que el goce de la contemplación sea puro y desinteresado.