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Amauta 13 rerica, la economía italiana entra en un período de éxtasis: el comercio está en crisis; la agricultura, naturalmente pobre, perjudicada por la existencia de feudos nobiliarios y eclesiásticos, que son administrados según un régimen de beneficencia, no encuentra una clase de laboriosos cultivadores; los artesanos no bastan sino para disminuir el malestar en pocas ciudades septentrionales. En estos condiciones de la vida general, se puede celebrar el triunfo de la contrarreforma.
El arma de la iglesia contra Roma pagana, contra los bárbaros, contra el estado moderno, ha sido siempre ofrecida por la miseria universal. Las plebes pobres fueron siempre católicas por la seducció.
de la beneficencia. El dogmatismo se impone así a los espíritus humildes y sometidos.
El fascismo es católico con perfecta lógica, si se piensa que se inserta en la crisis italiana en un momento de desocupación económica; y la reforma escolar, exquisitamente reaccionaria, se sirve precisamente de la enseñanza religiosa para quitar a las clases populares todo alarde de rebelión.
Es claro que todas las revoluciones protestantes en Europa probaron su vitalidad en la creación de nuevos tipos morales; sin las volución moral el libre examen sería literatura.
Lutero y Calvino son los porta estandartes de la moral del trabajo de las nacientes democracias productoras. Preconizan a los pueblos anglosajones la religión de la autonomía y del sacrificio, de la iniciativa y del ahorro. El capitalimo nace de esta revolución individualística de las conciencias educadas en la responsabilidad personal, en el gusto de la propiedad, en el calor de la dignidad. En este sentido el espíritu de las democracias protestantes se identifica con la moral libelista del capitalismo y con la pasión libertaria de las masas.
La fábrica dá la noción precisa de la coexistencia de los intereses sociales: la solidaridad del trabajo. El individuo se habitúa a sentirse parte de un proceso productivo, parte indispensable del mismo modo que insuficiente. He aquí la más perfecta escuela de orgullo y humildad.
Yo recordaré siempre la impresión que tuve de los obreros cuando me ocurrió visitar las oficinas de la Fiat, uno de los pocos establecimientos anglosajones, modernos, capitalistas que existan en Italia Sentía en ellos una actitud de dominio, una seguridad sin pose, desprecio por toda especie de diletantismo. Quien vive en una usina tiene la dignidad del trabajo, el hábito del sacrificio y de la fatiga.
Un ritmo de vida que se funda severamente en el sentido de toleraneia e interdependencia, que habitúa a la puntualidad, al rigor, a la continuidad. Estas virtudes del capitalismo se resienten de un ascetismo casi árido; pero en compensación el sufrimiento contenido alimenta con la exasperación, el coraje de la lucha y el instinto de la defensa política.
La madurez anglosajona, la capacidad de creer en ideologías precisas, de afrontar los peligros para hacerlas prevalecer, la voluntad rígida de practicar dignamente la lucha política nacen de este noviciado que significa la última gran revolución acaecida después del Cristianismo.
La guerra europea ha demostrado cómo las democracias del trabajo así alimentadas son las más batalladoras, las más celosas en defender la vida nacional, las más capaces de espíritu de sacrificio; y quien ha leído a Calvino no tenía necesidad de esta demostración. Las reliun