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Amauta 23 fórmulas y el pensamiento reaccionarios cae, en la más incondicional servidumbre al mito de la Inteligencia pura. Todos los prejuicios de la crítica pequeña burguesa y de su gusto por la utopía o su clausura en el escepticismo, asoman en este concepto: La causa de la Inteligencia y la de la Revolución no se confunden sino en la medida en que la revolución es un no conformismo. Pero es claro que la revolución no puede reducirse a esto. Manera de negar, es también una manera de combatir y una manera de construir. Exige un programa por realizar y un grupo que lo realice. Ahora bien, el no conformismo no sabría aceptar un programa y un orden dados, por el solo motivo de que se oponen al orden establecido. Berl no quiere que el intelectual sea un hombre de partido. Tiene, tanto como Julien Benda, la idolatría del clerc. en esto, lo aventajan esos surrealistas contra quienes no ahorra críticas e ironías. no sólo los jóvenes surrealistas sino tambien el viejo Bernard Shaw que, aunque fabiano y heterodoxo, declaró en la más solemne ocasión de su vida: Karl Marx hizo de mí un hombre.
Piensa Berl que el primer valor de la inteligencia, en esta época de transición y de crisis, debe ser la lucidez. Pero lo que, en verdad, disimulan sus preocupaciones es la tendencia intelectual a evadirse de la lucha de clases, la pretensión de mantenerse au dessus de la melée. Todos los intelectuales que reconocen como suyo el estado de consciencia de. Emmanuel Berl adhieren abstractamente a la Revolución, pero se detienen ante la revolución concreta. Repudian a la burguesía, pero no se deciden a marchar al lado del proletariado. En el fondo de su actitud, se agita un desesperado egocentrismo. Los intelectuales querrían sustituir al marxismo, demasiado técnico para unos, demasiado materialista para otros, con una teoría propia. Un literato, más o menos ausente de la historia, más o menos extraño a la revolución en acto, se imagina suficientemente inspirado para suministrar a las masas una nueva concepción de la sociedad y la política. Como las masas no le abren inmediatamente un crédito bastante largo, y prefieren continuar, sin esperar el taumatúrgico descubrimiento, el método marxista leninista, el literato se disgusta del socialismo y del proletariado, de una doctrina y una clase que apenas conoce y a los que se acerca con todos sus prejuicios de universidad, de cenáculo o de café. El drama del intelectual contemporáneo escribe Berl es que querría ser revolucionario y no puede conseguirlo. Siente la necesidad de sacudir el mundo moderno, cogido en la red de los nacionalismos y de las clases, siente ia imposibilidad moral de aceptar el destino de los obreros de Europa. destino más inaceptable quizás que el de ningún grupo humano en ningún período de la historia porque la civilización capitalista, si no los condena necesariamente a la miseria integral en que Marx los veía arrojados, no puede ofrecerles ninguna justificación de su existencia, en relación a un principio o a una finalidad cualquiera. Los prejuicios de universidad de cenáculo y de café, exigen coquetear con los evangelios del espiritualismo, imponen el gusto de lo mágico y lo oscuro, restituyen un sentido misterioso y sobrenatural al Espíritu. Es lógico que estos sentimientos estorben la aceptación del marxismo. Pero es absurdo mirar en ellos otra cosa que un humor reaccionario, del que no cabe esperar ningún concurso al esclarecimiento de los problemas de la Inteligencia y la Revolución.
Cumplido el experimento del dadaísmo y el suprarrealismo, grupo de grandes artistas, a los que nadie discutirá la más absoluta moUR