52 Amauta CAIMA, por Blanca del Prado a a(Viene de la página 20. mientras que en la ciudad, suenan como en el salón y yo parezco una visita.
No, no me gusta la ciudad, y no quiero mirarla, por lo que volteo a una ronda con árboles y mi niñez, sin más pensamientos, se sube ellos como un pájaro a cantar en mil sentidos sin sentido.
Luego el pozo: una huaccacha para arrugar el cielo que se pinta en el fondo y nadando, nadando soy tan radiantemente feliz en el gua, en el aire y en el cielo, que algo se agranda tan únicamente, que el pozo ya es más grande que el mundo; lo misma les pasa a mis hermanos mientras nos hacemos los interesantes ante unos chicos que no saben nadar y desbordamos el agua de tal manera que alguna gente desearía que entre el cuidante.
En la casa: las doce: olor a jazmines y a timpo, me reparto en los dos y almorzamos riendo.
De tarde, otra vez sin rumbo; sol alto alumbrando nuestras correrías: buenas tardes, nos dé Dios por entre las bocas y los ojos y las manos abiertas de los campesinos, buenas tardes nos de Dios. desde los pendones rojos de las picanterías, buenas tardes nos de Dios en los colores de los toros, sobre los alfalfares. Buenas tardes nos de Dios hasta el regreso, junto a la blancura de las ovejas en rebaño y entre la tintorería roja del crepúsculo.
Las 6: nuestro regreso, mi padre conversando con el viejo coronel del frente, desde la verja enredada en mutiflor, una fogata encendida en las faldas del Misti: Se están descociendo estas faldas. pienso, mientras ladran en todas partes los perros, al ladrón silencioso que se está llevando al día.
TINGO Militares, cantinas, pianolas y así el aire un poco profanado destroza la soledad de todos los sitios, y el agua que alardea de abundancia y rumor es pedante y hasta habla en inglés, no la entiendo.
Además, el tren, que se detiene para ir a la costa, deja desde muy temprano una vana espera de algo que no promete del todo, y es como si el aire estuviera de paso también. su regreso, en el atardecido, las tingueñas lo esperan pololeando en la estación, pero él no les deja nada, sino una noche inquieta que no logran calmar las pianolas.
Sin embargo, hay pureza en los patos, hay candorosidad en el lago; hay maravilla en los árboles; hay sol elegante en la alameda, y hay campo, ingenuidad, gracia al otro lado del río, donde mi canción se acomoda como un villancico, después de saludar rápidamente este tingo, chacarero de reloj y cadena. en este cerrito de Pascua Sachaca, en esta rondita de Dios, palpo íntegramente con mi mano pequeña, su pobreza, sus pies descalzos y su fé; en lo más alto, dentro de su iglesita humilde, pobre y tímida como el corazón de un tancca. me dan ganas de buscar ahí algún pastor que fué a Belén o de poner todo esto, hasta mi ternura a