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10 Amauta su tesana ávida de dejar a su amante para cambiar de mentira. Estamos obligados al análisis desde que queremos pensar. Es nuestro lote. En la primera parte de esta proposición, la posición de Berl es justa; pero como veremos más adelante, no lo es igualmente en la segunda. Berl distingue y separa los tiempos de acción de los tiempos de espera, distinción que para el revolucionario profesional de que habla Max Eastman no existe. El secreto de Lenin está precisamente en su facultad de continuar su trabajo de crítica y de preparación, sin aflojar nunca en su empeño, después de la derrota de 1905, en una época de pesimismo y desaliento. Marx y Engels realizaron la mayor parte de obra, grande por su valor espiritual y científico, aún independientemenmente de su eficacia revolucionaria, en tiempos que ellos eran los pri. meros en no considerar de inminencia insurreccional. Ni el análisis los llevaba a inhibirse de la acción ni la acción a inhibirse del análisis.
El autor de Premier Panphlet permanece fiel, en el fondo, a la reivindicación de la inteligencia pura. Esta es la razón de que acepte los reproches que Benda hace al pensamiento contemporáneo, aunque crea que la más grave enfermedad de que sufre es la falta de coraje, no la falta de universalidad. Berl observa, muy certeramente, que el clerc no es estorbado por la política en la medida en que él la piensa, sino en la medida en que no la piensa y que la naturaleza del espíritu comporta que no sea jamás siervo de lo que considera, sino de lo que neglige. Pero cuando se trata de las consecuencias y las obligaciones de pensar la política, Berl exige que el intelectual comparta, forzosamente, su pesimismo, su criticismo negativo. Evitar, negligir la política es, sin duda, una manera de traicionar al espíritu; pero a su juicio, suscribir la esperanza de un partido, el mito de una revolución lo es también.
Más interesante que su tesis respecto a los deberes de la inteligencia, son los juicios sobre la actual literatura francesa que la ilustran. Esta literatura es, ante todo, más burguesa que la burguesía. La burguesía constantemente duda de sí. Hace bien. Afirmarse como burguesía.
es suscribir al marxismo. Los literatos, en tanto, empiezan a ocuparse en una apologética de la burguesía como clase. Su burguesismo se manifiesta vivamente en su desconfianza de la ideología. Amor de la historia, odio de la idea. he aquí uno de sus rasgos dominantes. Esta es, precisamente, la actitud de la burguesía desde que, lejanas sus jornadas románticas, superada su estación racionalista, se refugia en divinización de la historia que denuncia en términos tan precisos Tilgher. La desconfianza en la idea precede a la desconfianza en el hom.
bre. También en este gesto, la burguesía no hace otra cosa que renegar el romanticismo. El literato moderno busca en el arsenal de la nueva psicología las armas que pueden servirle a demostrar la impotencia, la contradicción, la miseria del hombre. Para que la desconfianza en el hombre sea completa, hace falta denigrar al héroe. Este le parece Berl el verdadero objeto de la biografía novelada.
La literatura conformista de la Francia contemporánea siente uperior y extraña a la ideología. No por eso está menos saturada de ideas, menos regida por impulsos que la conducen a un total acatamien.
to del espíritu reaccionario y decadente de la burguesía que traduce y complace. Berl, anota sagazmente que no hay nada tan poincarista como los libros de Giraudoux, inspirados por la Notaria Berrichon, repletos de alusiones culturales como un discurso de Leon Berard y murmullantes de gratitud al Dios histórico y social que peresa a se