Amauta 63 redondo de noche y día. Piedra, ni blanca ni negra: ila dura esmeralda pristina del mar que talló Balboa, y aun con manchas de bañistas. Góngora, soltero, sube, ya sin sintaxis, arriba; cruje el peldaño, cruje él, madera y anatomía.
Se le aforan cuatro pelos, untados de brillantina, nuncios de calva perfecta, santa, sucia, sapientísima. sobre don Luis de Góngora bate las alas fatídicas el sombrerazo de paja, cuervo de plumaje a tinta.
a los tímpanos del día. la ciudad, en un trípode de ficus, sucia, cueriza, era una Kodak revieja que enfocaba a los bañistas.
Góngora bizquea, fraile, subiendo la escalerita que asciende a la enredadera que toca sus campanillas.
Se van a casar los novios, Fabio él, ella Amarinda, él pastor, pastora ella, pastores de olas estivas. Bajo robres de follaje de asperjes de agua marina y troncos de remolino de la resaca marítima.
El casamiento de burla suena, hvele y ya se mira bajar por oscuridades a la huidera matina. En una tromba celeste, todas las aguas subían, paquidermas, elevando una pelota amarilla. Febo, redonda color que en los ojos se deslinda, fugado en curvas cerradas de concéntricos bañistas. En cabeza de cordero, bala mamá eglogicísima, avellonada de espuma, cornuda de preterida.
Cae, moral y en sentencia, una ola encanecida, ahuecando la garganta y tapando pantorrillas.
Nadadores capitales del estuario se deslizan como en hielo, a la carrera de frutas desnavoridas.
Naranjas bimaternales, panzabajo, panzarriba, zuman jugos de Teresas, abren gajos de Lucilas.
Ruge el mar, embotellado.
con marcas, en la cantina; tiembla el establecimiento de baños; don Luis vacila Gravidad del meridiano, lámpara del mediodía, aceite que flota en agua, y el sol, la mecha encendida. En la rodaja de corcho, dársena de solterías, con nada más que los dedos, a Fabio pescó Amarinda. Sube Góngora, sotana, crujiendo la escalerilla y pensando anacronismos que se le escapan arriba.
Maletín de hule en la mano y estilada la sonrisa hasta volverse latín de gramática latina.
Los zapatones le manan agua de gru a clarísima al resbalársele en musgos de tentación ambarina.
Doctor en Humanidades, casado con su sortija, que se le aviuda y aprieta, deseosa de amatista.
Le pesa el dedo anular.
porque todo en él se anilla el horizonte del mundo, Sobre el fusco tormegal donde antes el mar batía, se secan al sol los novios y toda la comitiva. La novia se restañaba sangre de nupcial herida que de espesa malla roja por los muslos la vestía: el novio se estaba, idiota, con la fruta prohibida en las grandes manos trémulas,