62 Amauta de la experiencia bolehevique en la praxis socialista. Sus reservas. reflejan ante todo, su preocupación de la medida y la discreción en sus juicios. Bajo este aspecto, son una cuestión de temperamento. Pero nuestro distinguido amigo extrema estas reservas sobre la acción revolucionaria hasta incluir en la concepción que desaprueba, la propia lucha de clases. Se trata indudablemente de una conclusión excesiva para su propia crítica. El doctor Ugarte considera que en la acción por el socialismo el factor más importante es la acción colectiva organizada de las clases trabajadoras, la organización sindical de éstas para obtener en el régimen actual el respeto de sus derechos y el mejoramiento de su condición y al mismo tiempo para actuar en la vida política y conquistar el poder. No consiste, en otra cosa, la lucha de clases, términos generales. Con el socialismo revolucionario pasa entre los intelectuales, lo que con la revolución rusa. Lo rodea un prejuicio hecho de supersticiones y temores. Con la probidad y la inteligencia que lo distingue, el doctor Ugarte se ha acercado al Estado soviético, la ha estudiado desde los puntos de vista de la ciencia del derecho constitucional y ha descubierto que no era un fenómeno absurdo. Esto es un mérito que sus otras apreciaciones no disminuyen. que, al mismo tiempo, descubre la posibilidad de emplear, con igual éxito, el mismo método en el examen de la política sociaJista general.
en Romance del verano inculto José Diez Canseco.
En las conchas del oleaje, Venus de maíillot vestidas, por sol perintenso enjutas, posan de pie las bañistas.
Tienen el traje carnado de carne de muerto fría, y están desnudas, e ignoran el vestido, que tirita.
Con la mañana, que pulsa, ellas, que se asexualizan de puro sexualizarse, hacen diosas masculinas.
Turgen quilos centenares, afocados, los bañistas, los bigotes cerdirralos, barbadas las pantorrillas.
Vasto pellejo plomizo, triunfa la calatería, y brama un frío siniestro, medio sombra, medio cría.
Movilidad e inmovilidad absolutas del día, en un patio de la mar, juegan a las cuatro esquinas. El hijo del rey pasó caballero en nube equina, descascarando manís y lloriqueando de risa. En la mañana que amengua de sexo, rompe la risa como una ola, en blancuras de adolescencias lampiñas.
Agua de cristal de roca, sobre una base verdina, planea en su seno tonos de la color relativa.
La marea convulsiona su vidrio en una supina posición de olas en punta que desploman aguas tiñas.
Naufragio de comedor, encalla en la arena fina de polvo azul de grafito bote de prora perdida.
Al fondo, bajo los muelles, se desnucan los bañistas, enristrándose en manojos de legumbres de lascivia. Caracol puntipolícromo de la mañana caliza, encurrujada de asolo y de mareo pulida. Por sus trompas y repliegues, mineral oreja lírica, van ondas del aire oscuro