Amauta 71 Alguna tarde, cuando regresaba de la universidad y Alberto con respetuosa camaradería la escoltaba parte del trayecto, Emilia hubiera querido decirle algo de lo que le pasaba. Más, era tan difícil analizarlo, y Alberto, tan apocado. Más que ayudar parecía que necesitaba que le confortasen a él. No servía de nada. Qué falta hacía el Príncipe! Un hombre recio de cuerpo y alma que la amparase, que la defendiera de todos y de si misma, especialmente. No era en esta precisa ocasión cuando aparecía el héroe en todas las novelas? Mas, en la suya no se columbraba ninguno.
Con el final del año, la salud de Emilia se quebrantó decididamente. Ya no fueron sólo los terrores nocturnos; un sobresalto y una angustia continua que se le diluía en las venas, agotaba su organismo.
Quejóse de violentos dolores a las sienes. Otras veces, el cráneo le pesaba como si fuerau de piedra, Había enflaquecido mucho. No le interesaba nada nadie. Hasta para caminar había perdido esa vivacidad ágil que le caracterizaba.
El médico diagnosticó anemia. Precisaba sol, baños de mar. Tenían ellos a donde ir a San Vicente? Sería preferible Tomé, de aguas un poco menos frías. El lunes mismo te vas a Tomé. Clorinda te irá a dejar a la pensión de Doña Rosa y se quedará contigo hasta que yo pueda acompañarte.
Angela le arregló sus ropas y con sus manos todavía ágiles le amasó unos panecillos de huevo que eran el regalo de Emilia, cuando pequeñita.
El día estaba revuelto, indeciso, como desconfiado de si mismo.
Lucía a ratos el sol para esconderse luego tras manchas de nubarrones errantes. Aunque principiaba Enero, todavía era escasa la gente tendida en la blanda media luna de la playa. Con muy pocos deseos, había vestido Emilia su traje de natación. Mas para libertarse de la presencia de Clorinda que para obedecer las prescripciones médicas, consintió en comenzar sus baños ese día.
El cosquilleo del agua al entrar en la zona de la ola, el fleco de espumas que se deshace en los pies, el canto de órgano que parece rezar el océano, todo eso revivió en su alma el recuerdo de la niñez, de cuando su madre la llevaba a San Vicente y allí nadaban juntas mar adentro. Ahora, Clorinda, Clorinda su padre. Venía una ola. Como ágil nadadora, hizo un movimiento atrevido para cruzarla y dejándola atrás comenzó con grandes brazadas a alejarse de la playa. Qué agrado! Qué liberación! Alejarse de Clorinda. Nadar, nadar mar adentro. Miró hacia la costa y no alcanzó a distinguir a la mujer entre los bultos multicolores en que se habían transformado los bañistas. Qué bien y que liviana se sentía! Nadar, nadar mar adentro.
El sol volvía en ese instante a dorar la tierra y a entibiar el mar. Nadar, nadar mar adentro. Advertíase el oleaje pesado de las aguas profundas, y en ellas cuán dulce era dejarse izar y descender como gaviota. La Playa. Qué lejos estabal Las gentes eran uno bichos enanos que se movían imperceptiblemente. Lejos, lejos, mar adentro. No supo cuánto tiempo avanzó. Al sentirse fatigada, tendióse a reposar. Las olas le