Amauta 70 cuentas, a leerle en las tardes de los Domingos sus aburridos folletones, hasta una vez que amaneció un poco resfriado y no madrugó como de costumbre, a llevarle el desayuno a su cuarto. Eres tú, Emilia? Al fin se te ve contenta! Siéntate aquí en la cama. Cómo te va en el colegio?
Mientras su padre sopeaba el pan en el café y Emilia le respondía mecánicamente, iba sintiendo la niña que desde el fondo del alma volvía a asomar ese pavor extraño, esa cosa tan torva y ofensiva que le retraía de su padre. Algo debió observar él, y acaso para infundir más confianza en la niña que había sido siempre su orgullo, cogióle las manos y principio a palmoteárselas suavemente. Esta niñita, esta niñita No se atrevió Emilia a retirarlas inmediatamente, pero el roce fisico era una tortura que le erizaba la piel y le hacía correr un calofrío por todo el cuerpo.
Balbuceando una escusa torpe, se levantó.
Otra vez volvieron los monstruos a torturar sus noches y a enturbiar la serenidad de sus días. La primavera fué un desastre. Estudiaba y no sabía lo que estaba leyendo. De Clorinda y su padre no se atrevía a creer lo que sus hermanos aseguraban ahora hasta en voz alta.
No soportaba ni siquiera el pensamiento que Juan Antonio pudiese mancillar así el recuerdo de su madre. Clorinda, por otra parte, seguía ob.
servando hacia la niña la misma conducta fría y plácida de siempre.
Tal vez las habladurías de los muchachos no eran sino venganza por las continuas reyertas que sostenían con Clorinda y en las que, teniendo a su padre en contra, ellos llevaban siempre la peor parte. Ay! pero todo eso no la desembarazaba de su mas honda cuita. Por qué ese terror al hombre que había en su padre? Estos no eran celos de niña regalona. Nó. Los celos son muy distintos. Claro que ojalá que nunca se le ocurriese casarse con Clorinda, porque ella se moriría de vergüenza y de pena, Mas, de qué modo atraerlo cuando a la más leve aproximación se alzaba dentro de su pecho ese instinto de huir, de rechazarlo fieramente? Era solo producto de su fantasía ese temor a lo que creía vislumbrar en los ojos de su padre. el suponerlo en posibles amores con una mujer, le quitaba todo prestigio sagrado para presentársele como un hombre cualquiera con quien forzosamente y contra toda la voluntad hay que convivir. principios de Diciembre, después de una querella agria y soez que tuvieron con su padre y Clorinda, los muchachos desaparecieron.
Marcháronse sin avisar ni siquiera a su hermana; marcháronse a correr tierras, Un silencio torvo se cirnió sobre la casona. Las comidas a solas frente a frente padre e hija eran insoportables. Juan Antonio solía desahogarse quejándose de los negocios, increpando a los operarios y lanzando denuestos contra los muchachos. Se comprendía, sin embargo, que en el fondo de todo eso no había sino pena. La única que no variaba era Clorinda. Era la misma recia y tranquila mujer que de costumbre. Trabajadora, tozuda, impenetrable a todo sobresalto sentimental. Los chiquillos se fueron? Ya eran hombres. Les haría bien aprender lo que es el mundo. Trabajar en la bodega no les gustaba. Tampoco eran hechos para el estudio como Emilita. Así sabrán lo que es ganarse el pan.
Angela, la pobre eludía comentarios.