Amauta 69. Mira, Angela. crees tú que Clorinda tenga miras de ser aquí la dueña de casa. Lo que ella quiera es una cosa y otra lo que resuelva el patrón. Con ella de madrasta, yo me moriría. No te hagas mala sangre sin motivo, nena. mi me parece que eso no va a suceder. De veras lo dices. Claro! Al patrón le hace falta alguien que le trabaje la bodega. No creas tú que él va andar buscando mujer a quien amarrarse. Lo que le importa es que no le roben, que no le desatiendan el negocio, y para eso, Clorinda ni que mandada hacer. Trabaja como si fuera suya la casa Sonrió la bocaza desdentada y bondadosa de Angela. Mira, mi hijita, continuó, tu no conoces a tu padre. No te va a dar madrasta así no más. Te quiere mucho, ya ves tú cómo te cría, como para ser señorita, y eso que él no sabe de cariños finos. Hasta a tu misma madre Dios se lo perdone la hacía trabajar y la trataba como a perro. Qué poder aliviante encierran a veces las palabras! Con Angela a los pies de la cama, conversando, conversando, no se dio cuenta Emilia del instante en que se durmió. Su sueño fué esta vez tan angelical y sereno como en los días en que en su cielo infantil no se divisaba una sola nube.
No obstante, ellas volvieron demasiado pronto jay! y mas cargadas de lágrimas.
Manuel, el mayor de sus dos hermanos, por motivo de no se qué faldas de la vecindad, tuvo un altercado violento con Clorinda a quien le enrostró en medio de la calle, como cosa real, lo que hasta ese momento sólo se consideraba como sospechas sin fundamento.
Al regresar Emilia de clase, Manuel la puso rápidamente al tanto de lo que acaecía. si me sigue fastidiando esa mujer, le pego vociferaba bravuconamente, cuando Juan Antonio entró al patio. De una ojeada, Emilia comprendió que a Juan Antonio ya le había informado Clorinda y que venía resuelto a castigarlo. En efecto, lo atenaceó un brazo con su mano robusta y con el otro, fué a abofetearlo.
Emilia se interpuso con la rapidez de un relámpago y el golpe, dirigido a Manuel, alcanzó a rozarle la mejilla. Quítate, muchacha, quítate, te mando. tú, ocioso, flojonazo que no sabes sino comer de lo que trabaja tu padre ¿te atreves a faltarme el respeto y a pelear con Clorinda que es la única que me ayuda a sostener la bodega? De una vez por todas, y tú también Emilia, sábelo. Yo no voy a tolerar ni por un momento que ninguno de Uds. le falte en lo menor. Entienden? si te sigues portando mal, bribón, te voy a encerrar en la marina, a ver si flojeas allá como aquí, bueno para nada!
Des de ese momento, fué más espesa, más inextricable la maraña de sentimientos que aprisionaban el alma de esa niña sin experiencia alguna de los valores vitales. Creyó que su deber le obligaba a ser cariñosa, más solícita, mas necesaria a Juan Antonio para salvar a sus hermanos del enojo del padre y a todos de la fatalidad de una madrasta. en efecto, venciendo esa extraña repugnancia en que se había convertido el cariño que antes le tuvo, principio a servirle en persona el café todas las noches y a ofrecerse para ayudarle en sus libros de