Extremist

30 Amauta saje que sabe impresionar agradablemente su retina, empuña sus pinceles. veloz, fogosamente, animado del fa presto genial, se dispone a trasladarlo en su tela, sin el menor deseo de organizar sus sensaciones.
Pinto como los pájaros cantan, decía Monet.
El cubismo, después de Cezanne, opuso a todas esas improvisaciones, una mayor reflexión y una mayor disciplina, un gran afán de ordenar los elementos naturales y un deseo constante de subordinarlos a sus concepciones plásticas. La concepción triunfa de la visión, afirmaron enérgicamente los pintores cubistas. Amo la regla que corrige la emoción, añadió Georges Braque.
Sin embargo, no faltan en ningún movimiento colectivo los extremistas, los fanáticos. no podían faltar en el cubismo. Del mismo modo que los sucesores inmediatos de los impresionistas exageraron los hallazgos, a menudo geniales, de sus predecesores, llevándoles a las últimas consecuencias, los sucesores inmediatos de los cubistas convirtieron en rígidos postulados, friamente engendrados, las intenciones de los primitivos adeptos de aquel movimiento regenerador.
El purismo de Ozenfant y Jeanneret quedará como la más exacta representación del período post cubista.
La definición del purismo, hecha por los dos teorizadores susodichos, empieza por un elogio incondicional de la lógica. Hemos queri.
do establecer una estética racional, dicen Ozenfant y Jeanneret en la introducción de su sistema. Y, en consecuencia, el purismo convierte el equilibrio plástico, hallado instintivamente por los cubistas, en una serie de problemas geométricos, glacialmente planteados. La composición del cuadro es establecida por medio de la sección de oro, del triángulo egipcio, de todo un sistema de ángulos rectos matemáticamente relacionados. La regla y el compás juegan un papel primordial en la estética purista.
Además, las alusiones a la realidad que humanizaban las abstractas Concepciones de los cubistas y que nacían en sus cuadros instintivamente, hijas más bien de la memoria poética que del raciocinio, son reducidas por el purismo a otra sistematización. El cubo es reducido a un dado de jugar, el cilindro a una botella, la esfera a una bola de billar.
Naturalmente, ante tan árida situación de la que toda sugestión de la intuición había sido cuidadosamente alejada, la reacción había fatalmente de operarse. Casi todas las épocas de la Historia del Arte han conocido a algunos espíritus eminentemente críticos y predominantemente intelectuales, que se han elevado en reacción contra las supuestas desviaciones de un instinto expansivo, aprisionando las vibraciones de la intuición dentro de los límites exactos de unas fórmulas cerebrales, matemáticamente establecidas. En todas las épocas, se ha querido oponer al torrente desbordado de la inspiración, un inflexible muro de contención, hecho de desapiadada lógica y de implacable razonamiento. En todas las épocas, empero, después de las consecuencias deplorables de la aplicación sistemática de una lógica a ultranza, ha sido preciso afirmar nuevamente que lo que únicamente cuenta en arte es la sensibilidad, y ha sido preciso volver de nuevo al instinto y a la intuición, la inspiración, sin la cual aunque Maurice Raynal, el perfecto teorizador, la haya bellamente negado, las obras de muchos artistas (Picasso entre los más grandes) no tendrían posible explicación.