Amauta. palmente rural. La base del antiguo sistema social y político fué la servidumbre del campesino. La clase aristocrática hacía cultivar la tierra por los siervos aldeanos, considerados como parte del capital agrícola y casi como mercaderías de wenta y cambio. Los señores, cual pequeños reyes, recaudaban los impuestos, regulaban el reclutamiento militar, mantenían el orden, administraban justicia, a su propia discreción, por la distancia e ineficacia de la autoridad central. Dentro del pequeño horizonte en que gravita su vida, dice Gayda, el campesino no tiene idea de lo que es el Estado y sólo siente la autoridad del Zar a través del señor feudal. Así, bajo las apariencias de una rígida monarquía centralista y absoluta, Rusia conservaba un régimen feudal anárquico. El propietario de la tierra era amo, dueño y juez del campesino; podía condenarlo a la pena de azotes o enviarlo al destierro en Siberia o venderlo junto con la tierra en que trabajaba; intervenía en su vida de familia y asumía prerrogativas humillantes que acumularon en la clase campesina un fuerte sedimento de odio contra sus opresores.
Material, cultural y moralmente la situación del campesino era deplorable: el analfabetismo, el alcoholismo y la prostitución imperaban en toda la población rural. El antiguo régimen no buscó remedio alguno a esos males.
En medio de esa abyecta servidumbre, el campesino, sin embargo, sentía cariño por la tierra en que nacía y estaba poco dispuesto a abandonarla. Su vida estaba identificada con ella, de generación en generación, a veces desde hacía siglos y estaba así habituado a considerarla como un derecho de familia y como parte de su propia vida.
Por la falta de progresos técnicos, el rendimiento de las tierras era escaso, tanto en las tierras individualmente cultivadas, como las tierras de la comunidad agrícola (obstcina. generalmente conocida con el nombre de mir, organización de todas las familias que poseen colectivamente la tierra de una aldea, repartiéndola para su cultivo cada cierto tiempo en proporción al número de personas de cada familia, a semejanza del ayllu peruano. Apenas se conocían las máquinas, abonos y sistemas modernos de rotación de los cultivos. Los bancos constituídos para ayudar al campesino a pagar su cánon de rescate se convirtieron en bancos nobiliarios y en nuevos instrumentos de explotación.
El mir no era una institución liberadora, como creían los primeros socialistas utopistas, sino más bien un círculo casi tan opresor como la misma servidumbre feudal. Era un pequeño mundo cerrado, del cual no podía salir el campesino sin renunciar a todo derecho sobre la tierra; disminuía la productividad de esta, dificultaba la movilidad del campesino e impedía que se iniciara el cultivo intensivo. Pero como favorecía la simplificación y cohesión administrativa, fué una institución protegida por el zarismo, del mismo modo que la Corona española protegió las reducciones de indios en América.
La burocracia rusa se obstinó en conservar la servidumbre aldeana para no trastornar con su relajación las bases cardinales del Imperio, cuando ya la población rural y toda la sociedad rusa estaban minadas por una obscura inquietud que anunciaba la revolución. Intelectuales progresistas pedían la reforma desde principios del siglo XIX. Desde 1830 hasta 186) se contaron centenares de insurrecen