ese masu Amauta 75 y los hombres se envolvían el cuello con las amplias corbatas de seda negra. Cuán lejos está todo esto del siglo del cinema, de la y del deporte! sin embargo no han transcurrido sino cien años.
Schubert vive la existencia sana, sencilla y plácida de los artistas de su tiempo. Gusta de salir al campo con sus amigos, gusta dc detenerse en alguna pequeña hostería o taberna, donde almuerza con la trucha que el mismo pescó y bebe vino del Rhin ravilloso vino ligero y claro. y grandes chops de rubia cerveza.
Schubert pide a la música emociones, dicha, consuelo. la música derrama en su alma sus inefables consolaciones y puebla espíritu de los más bellos ensueños. Todo, en el mundo se traduce, para Schubert, en música. Lée un poema de Goethe, el Rey de los alisos y, este joven que no había cumplido aún veinte años, escribe un lied admirable por el que pasa un soplo de misterio y de tragedia.
Schubert envió su lied al olímpico viejo de Weimar, pero Goethe no supo o no quiso comprender el homenaje homenaje de un genio de ese adolescente casi desconocido, descendiente de una modesta familia de campesinos.
Tuvo Schubert que morir para que Goethe se conmoviera hondamente, al escuchar El Rey de los Alisos. cantado por una famosa cantatriz alemana. Muchos de los lieder de Schubert están llenos del espíritu de su época: romanticismo dulzón e ingenuo, lirismo un poco declamatorio.
Por eso no llegan a nosotros. Serenata ya no nos ofrece más encanto que el de una evocación familiar, de un recuerdo un poco lejano y siempre querido: creemos oir la voz de una abuela de ancha crinolina y larga cabellera, modulando amorosamente la vieja melodía schubertiana. En cambio en Schumann más refinado, más pudoroso. encontramos el acento de nuestras inquietudes y de nuestros desencantos.
La voz de Schubert nos llega. mensaje de amor y de belleza en su Sinfonía Inconclusa. Allí palpita su genio, allí viven su alma, su corazón y todo su dolor. Hoy que nos asombra Stravinsky, ese prodigioso arquitecto de los sonidos, ese poeta a la vez lúcido y fantástico; hoy que gustamos de soñar al conjuro de una página de Debussy y de Fauré; hoy que abandonamos el espíritu a la pureza y al misticismo de la Sonata para piano y violín de Frank nos delertamos también con la Inconclusa. así como nos deleitamos con la Apassionata. con la Sinfonía Pastoral y con Tristan. Cómo amamos esa elegia patética y tierna, toda vibrante de sensibilidad, de vida interior y de pasión!
Hace diez y siete años que escuché por primera vez la Inconclusa. apunté en un cuaderno, que todavía guardo: Quisiera oir esta música en una hora de pesar y de tristeza porque estoy segura que me consolaría En la caja melodiosa, en el cofre sonoro donde busco, a veces, el acento de los grandes maestros, puedo escuchar, ahora, aquella música que mi adolescencia soñaba como consuelo a sus tristezas. el adiós de Schubert, esa expresión Suprema de su genio y de su corazón son siempre, para mí, la embriaguez que me hace olvidar la vida, esta nuestra pobre y dolorosa vida.
Noviembre, 1928.