46 Amauta ae nante. Pero, apenas iniciándose, caótica, la revolución, en sus etapas iniciales, no se presentaba con rasgos lo suficientemente firmes y definidos, con clara conciencia de sus propósitos, para que sus ideales humanos, sus ansias y aspiraciones, el afán de reivindicacionismo social y económico en que se inspirara, informaran y nutrieran substancialmente, dándole contenido y vivificación, a la obra de los pintores mexicanos. Estimuló, es cierto, la iniciativa y la curiosidad inidivduales, provocó un afán y un impulso renovadores, despertó nuevas ansias y apetitos emocionales, pero a este impulso, era necesario buscarle un derrotero, un camino, una finalidad, un contenido. El primer paso, fué despojarse del lastre del pasado, de los convencionalismos académicos, e iniciar otros caminos: ya en ellos, un esfuerzo vigoroso, heroico, de renovación artística, guiado por el instinto más que por otra cosa, rriesgandolo todo en caminos cuyo final se desconocía, vírgenes inexplorables, señaló. y constituyó los primeros pasos dados con valentía y audacia, por la nueva pintura revolucionaria; los momentos heroicos de las escuelas libras de pintura de Santa Anita y Chimalistac señalan esta iniciación y bien puede decirse que en ellas, seguramente, de una marcra inconsciente e impremeditada, se repiten la historia y el proceso de los impresionistas franceses, tanto porque ambos movimientos representan una liberación individual y una reacción vigorosa contra viejas rémoras, como porque en los dos, lo que se perseguía, como camino para ligerar esa liberación individual y una expresión temperamental pura, era la liberación de toda anécdota, de todo pretexto literario, de toda estimación y pretexto extrapictórico, para producir una obra en la cual sólo existieran valores plásticos, es decir, que ambos movimientos tienen de común, el esfuerzo encaminado a reducir el hecho pictórico a la más estricta y pura objetividad plástica, dando a la forma y al color un valor expresivo, y no, a la vieja manera académica, descriptivo, emancipándolos de todo aquello que no fuera expresión de la irreductibilidad temperamental del cada pintor. La Escuela de Santa Anita, sirve de iniciación a ese intento: de la de Chimalistac, salen Fernando Leal, Fermín Revueltas, Ramón Alva de la Canal, Mateo Bolañoz, que constituyen la legítima y auténtica avanzada del movimiento pictórico revolucionario mexicano.
El escenario de la revolución y de la vida mexicana, eran sin embargo, demasiado sugestionantes por hacerse el sordo y no caer ellos. Poco a poco, los pintores se acercan a él con pasión y curiosidad crecientes. Aun cuando casi todos los pintores, o buena parte de ellos, formaron en las filas revolucionarias, y en todos ellos palpitaba el ideal y la fe revolucionarias, la revolución, no obstante, no había aun cristalizado en formas sociales lo suficientemente claras y explícitas, ni se habían revelado aun traducidos en hechos y realidades vivas, cual era su fondo humano, su sentido económico y social, su contenido de posibilidades latentes, para que éstas se proyectaran sobre la nueva pintura mexicana, sirviéndolo de fondo moral e ideológico; porque, en realidad, más que la moral revolucionaria, y el nuevo sentido económico y social que la revolución mexicana venía a imponer, lo que pesa sobre los nuevos pintores, atrayéndolos, es la escenificación y el panorama agitado y apasionante que la revolución vino a crear. No obstante, a medida que este nuevo espíritu va concretándose y las realidades que a su paso va dejando, como huella fecbunda, la revolución, vienen formando un ambiente y una atmósfera, más densa cada día, este nuevo en