42 Amauta dose en su individualismo, que es la defensa de esa libertad tan penosamente conquistada, produce un arte que se obliga y responde, únicamente, al acerbo y al estímulo individuales. Cuando surge y salta a la superficie, como un fenómeno social incontrovertible, flagrante, la pugna y el antagonismo entre el capital y el proletariado, el artista, el intelectual, encastillados en su individualismo, siguen con él y fuertes con él, produciendo un arte de intereses y valores puramente intrartística, limitados por una área de posibilidades y especulaciones estéticas, arte desvinculado de toda realidad social, ininteligible lo mismo para unos que para otros, sin partido de clase, dirigido sólo a un exiguo sector, a esa aristocracia de la inteligencia, que forman, aislados de las pasiones multitudinarias, los obreros intelectuales. Causas y explicaciones de esta desvinculación? Dos poderes, dos potencias, se disputan el campo, en ofensiva declarada: dentro de la sociedad capitalista, existen, en gestación, latentes, los gérmenes de disolución, signos inequívocos del desastre que se avecina. Siguen perdurando, no obstante, los sistemas y el orden capitalista, y en apariencia, engranaje y marcha se sostienen firmes e inconmovibles. Salidos de la burguesía, pertenecientes y procedentes en casi su totalidad a las clases medias, los intelectuales, los artistas, heredan, con esa procedencia, los prejuicios de clase, y en realidad, excecrando, según su decir, a la burguesía y la mediocridad burguesa, al hacer un arte de minorías, cerrado, hermético, intra artístico, perpetúan el clacisismo burgués, sus limitaciones, y al mismo espíritu de que dicen volver y que pretenden negar con su obra. El post impresionismo, desde el cubismo acá, con tode la sucesión ininterrumpida de ultraísmos artísticos, ha sido, por esa misma limitación, por su valor y trascendencia puramente y exclusivamente intrartística, a través de cada una de sus fases y manifestaciones, condenado, por su carencia de contenido humano, de vinculación con las grandes pasiones de la masa, a la más completa esterilidad, a una vida efímera e infecunda, sin unirse a la vida, pletórica y agitada.
de nuestra época, que lo es de pugna implacable y apasionada. Pero de esto, nada saben los ultraísmos artísticos al uso.
III En la más espantosa mediocridad, sin raíces en la vida, rica en palpitaciones ocultas y enormes energías del país, se producía el arte mexicano hasta la revolución de 1910: la fanfarria de la corte porfiriana había creado y fomentado un arte cortesano, de oropel, eco y resonancia del academismo francés, pintura culta y de salón, que exaltaba a las figuras próceres de la corte y perpetuaba, en grandes telas históriadas, las heroicidades. Pintura limitada, de una parte, por el marco y escenario cortesano que se imponía, por su servil sumisión a los intereses políticos reinantes, y al propio tiempo, por su falta de amplitud, de horizontes, de contacto con las realidades cálidas y palpitantes de la vida mexicana. No era la vida del verdadero México, su fuente; era la vida de la corte porfiriana, afrancesada, desarraigada, o, la perpetuación de hechos históricos, a través del espíritu cortesano y al servicio de los intereses políticos que esa sumisión imponía.
Con la revolución, se produce un ambio total en la vida mexicana, que trasciende y se proyecta a todas sus manifestaciones y actividades: la revolución despierta y provoca nuevos estímulos y afanes, y