40 Amauta II es Individualista, subversivo, desafiador, el impresionismo, la réplica, contundente, a esta negación de los valores propiamente artísticos, y al convencionalismo que, a costa de reducirse a leyes y principios mecánicos, con los cuales lograr este grado de aproximación que constituye su fin y justifican su estética, se impuso el academismo, despreciando el hecho vivo, la vida misma, trémula y palpitante, fuente de toda emoción. Es este el momento en que se busca en las ciencias naturales la revelación de la verdad, las fuentes y el origen de la vida y de todo conocimiento: es, literariamente, el momento del naturalismo, creyéndose que la verdad se encierra en el trozo palpitante de vida que logremos abarcar y poseer. Todo esto se une y resume en el impresionismo: el natural, la observación directa e inmediata del mismo, sin preparar ni seleccionar los temas, cogiendo la vida tal como es, son las fuentes y los orígenes de la estética impresionista, que, contrariamente a lo que ocurría con el academismo, que tenía como principio determinados órdenes y principios de representación y realización artística, se produce con ilimitada libertad, despreciando toda ley y principio formulario, dando rienda suelta al propio temperamento. Pero hay algo más, en el impresionismo: en sus orígenes hay causas sociales, que provocan fuertes y poderosas reacciones individuales, generando el movimiento artístico y literario de fines del ochocientos.
El orden burgués, a fines del siglo, acusa sus primeros síntomas de descomposición. El industrialismo ha producido y puesto frente a frente dos clases sociales, dos poderes, y en esos momentos se produce y estalla, desordenadamente, con destellos aislados, el espíritu de protesta, de insumisión, el grito de guerra del proletariado. Surge, pues, una nueva conciencia colectiva, el afán de una nueva moral social, de nuevas formas de vinculación humana, y el orden burgués se siente conmovido desde sus mismos cimientos. Este nuevo estado de conciencia colectiva, ese afán y la inminencia de esa disyuntiva que produce dentro de la sociedad burguesa, se proyecta y trasciende a todas las manifestaciones de la vida social, a la cultura entre ellas, y en el campo artístico produce, con el impresionismo, una exaltación individual irrefrenable, que encierra un afán insaciable y avasallador de libertad. El academismo, valiéndose de leyes y principios, hacía del arte una simple cuestión de procedimiento, procesal, mecánica, y, por lo mismo, espiritualmente pasiva, sin conceder a las modalidades y afinidades temperamentales más que una función simplemente marginal.
El impresionismo encierra, de hecho, latente, una réplica categórica a la mediocridad impersonal de la academia, pero, al propio tiempo, es, desde un punto de vista más amplio que el propiamente artístico, socialmente y como proyección de un cambio social, una réplica antiburguesa, un grito de rebeldía y de protesta, de insumisión y de libertad.
El artista, asalariado de la burguesía, producía para el gusto burgués y para la sociedad burguesa, y esto no podía suceder sin menoscabo y depreciación de su arte, y, consecuentemente, de los valores estéticos del mismo. El impresionismo, se revela contra ese estado de cosas, contra esa sumisión, contra el academismo, que es, en el fondo, arte de clase, vinculado a los intereses y gustos de la sociedad burg vuelve el impresionismo, por los fueros y prerrogativas del arte, emancipándolo de toda tutela, recabando su total e incondicional libertad, se un