Amauta 39 le es propio a los últimos límites y consecuencias, a las negaciones más cerradas y categóricas. Se ha producido, pues, el vacío. Todo el progreso y los avances del ochocientos son de orden material, en la técnica, en la aplicación científica, pero en cuanto a valores éticos y morales, se llega a la más rotunda negación. Nada produce el ochocientos, en la esfera de las ideas de la cultura y la moral, con valor afirmativamente original y propio, negando, si, los valores éticos y morales tradicionales, heredados, sin afirmar, al decretar la caducidad de aquellos, nuevos valores y principios.
Como en toda actividad de orden espiritual, de fibra y raíces humanas, artísticamente se produce sobre el vacío; en esos momentos de excepticismo y de crítica, el arte, nada tiene que decir ni qué expresar, porque falta un fondo y un aliento humano, una gran pasión humana, que lo vivifique, nutriéndolo. El pensamiento y cultura burguesas, apoyan y justifican en un progreso y una aceleración mecánicas, materiales, sin crear una moral. El industrialismo, iniciado a mediados del siglo y acentuado crecientemente a sus fines, subraya y acentúa más aún este materialismo y sirve, en arte, para explicarnos claramente, el valor estético del academismo dentro del ambiente y realidades de la épose ca.
En efecio, el academismo no es otra cosa sino la aplicación y el correspondiente, en el terreno artístico, de esa aceleración mecánica, de ese materialismo implacable, que trae consigo el ochocientos. Cuál es el principio estético y el fin estético del academismo? El correccionismo, el cual, se apoya y explica, de una parte, en la fidelidad material y física, con que reproduce y trascribe un hecho exterior, aproximándose a él, con una exactitud mecánica; y, por otra parte, en su obediencia y supeditación a determinadas leyes y principios de recursiva pictórica, de orden técnico, procesal, formulario, pero que no tienen en sí mismos y de por sí valor e interés estético de ninguna clase. Toda la vida del ochocientos se mecaniza, se encierra y condensa en un materialismo mecánico y el academismo, en consonancia con el espíritu de la época, pretende reducir el arte a un conjunto de leyes y principios, fáciles de adquirir y de trasmitir, por su procesalismo mecánico.
El valor estético de la pintura académica, producida con ayuda de esas leyes y principios, no se encierra, pues, en la obra misma, consubstancialmente con ella, y en el goce desinteresado de su contemplación, en la emoción, pura y sincera, que ese goce nos despierte; para justificarla, estéticamente, hay que recurrir a algo exterior y ageno a ella, al natural, a la escena que describe, y ver hasta qué punto el pintor, convertido en un mero agente reproductor, ha llegado a un grado de parecido, de aproximación, de exactitud. Para llegar a esa exactitud y grado de aproximación, única justificación estética del academismo, sólo se necesitan y usan recursos mecánicos, manuales, es decir, de la técnica: y la estimación estética de esas obras no es una estimación viva, emotiva, humana, sino una apreciación mecánica, obra de los sentidos, viendo el grado de aproximación que el pintor ha logrado entre la obra artística y el hecho o escena que esta copia transcribe. Como se ve, el principio estético del academismo, constituye un paralelo y un equivalente perfecto al materialismo de la época, al criticismo reinante al vacío en que vivía la sociedad burguesa del ochocientos.