Amauta se Temo Mikhail Antonitch que me hayáis comprendido mal. Quién dormirá en el lecho. Quién sobre la alfombra? Una lucha de generosidades, a ras del suelo: la joven se ha instalado en esta cama austera, cuya dureza, el joven sentado junto a su compañera, obstina en reservarse. entonces? No se discute más de hulla blanca ni de turba. Pero jese tomo caído que os maltrata las costillas! Pero, en el instante supremo, ese pie del todo olvidado que aprovecha de su independencia para voltear no se sabe qué vasija. El son de la porcelana es de tan pobre valor musical.
Cinco de la mañana. La joven, perfectamente desnuda, sentada sobre el reborde de la bañadera, con un cigarrillo en los dedos. Su rostro crispado, atento, sigue las volutas de humo. Temo, Micha, que no me hayáis comprendido del todo.
En Rusia, como en varios otros países, la prostitución es un delito.
Exigida por la moral, la interdicción de principios se resuelve sólo, para las desgraciadas que la sufren, en un poco más de miseria, un poco más de enfermedades, un poco más de esclavitud. Pues en la práctica, en Rusia como en todas partes, el humillante oficio femenino es tolerado por la policía. Del lado del Arbat o en algunos suburbios oscuros, podéis veros abordado en la acera.
Estas prostitutas son casi todas antiguas aristócratas. El pueblo en el cual los opresores cebaban ayer su placer, halla ahora el suyo en las mujeres de sus antiguos amos. hermoso asunto de declamación! Abandonémoslo para no mirar sino la perpetuidad de las víctimas. Las de hoy son incomparablemente menos numerosas.
Aquí está el único progreso. Hay, en efecto, muchas menos rameras en Moscú que en Londres, París o Berlín. El lugar que ocupa esta plaga es bastante humilde.
Descended a media noche en el más célebre de los subsuelos que se abren en el boulevard, del lado del Arbat. Abajo, al término de las gradas, recibimiento de criados de saco blanco: encontraréis ese gesto servil, la genuflexión, que habíais olvidado desde la frontera polaca. Palmeras, las eternas palmeras del Norte. Mesas de mármol, servilletas de papel. El elemento masculino domina: comensales de americana y de blusa mezclados a algunas mujeres de trajes un poco más ceñidos, de labios un poco más pintados que las que tenéis costumbre de ver en Moscú. Se bebe ahí, al precio de nuestra champaña, cerveza o mal vino de Crimea. El conjunto es de un tono intermedio al que, entre nosotros, acusa un establecimiento nocturno de segundo orden, y un bouillon de barrio pobre. Atmósfera: la del aburrimiento. Una espera indefinida.
En el estrado zíngaros, sentados en semicírculo. La música empieza: todos los rostros se vuelven hacia ella y cambian. Extrañas sonoridades que libertan en vos no se sabe qué cosal Ritmos que tienen del galope de las estepas o del jadeo del placer. Mirad esta vieja que, máscara de bruja, cosida y recosida, teje una extraña melopea: esta. vieja vuelta de pronto espantosamente bella, la voluptuosidad alumbrando una llama en sus ojos y encendiendo sus rasgos, como si los inclinase sobre los carbones ardientes de alguna conjuración infernal. Estas modulaciones al modo de Oriente, estos retornos. cómo os despis