Amauta 73 RELATOS AYMARAS, Jaika por Mateo har LOS JJAUKAS NA tarde, cuando ya oscurecía, mi auqui se vistió lo mejor que pudo e hizo igual cosa conmigo, poniéndome un poncho que me llegaba a los talones, una bufanda que me cubría toda la cara, un par de karabotas que parecían pantalones, y un sombrero que me bailaba en la cabeza. Desató su caballito tunquipeño que casi siempre tenía ensillado; aseguró la cincha, montó y me ordenó que yo también lo hiciera en la grupa. Obedecí, y dos minutos después en el tunquipeño, bajo y casi lanudo, pero ágil y fuerte, dejábamos la musiña perdiéndose como un sueño en la bruma nocturnal.
Más tarde, en la lobreguez y silencio de la Puna, nos reuníamos en la cima de un cerro, con veinte jjaques de a caballo y ocho llokallas de a pié.
Los cabecillas hablaron con mi auqui; familiarmente cambiaron unos acullis de coca y tragos de cañazo; y sin pérdida de tiempo nos dividieron en tres fracciones; de los de a caballo hicieron dos que lanzaron disparando tiros de carabina al caserío que debíamos asaltar; y de nosotros que componíamos la otra de a pié, dispusieron que fuéramos derecho a los corralones a arrear el ganado Cuando ya empezaba a aclarar, como con doscientas cabezas de ganado nos hallábamos a dos topos de distancia del caserío asaltado. los seis topos, ya en luna plena, nos dieron alcance los de a caballo y procedieron al reparto, tocándole a mi auqui seis kauras, tres allpakas y dos uwijas. Cada cual tomó lo que le correspondía y partió por distinta dirección a fin de despistar el rastro.
Yo y mi auqui arreamos nuestra tropita hacia la musiña, por el inmenso llano iluminado por las nubes rojas del alba puneña. la salida del lupi, ya todo el ganado estaba degollado y salado para chalona, y la sangre enterrada en el guano del corral de uwijas.
Esta fue la única vez que mi auqui no la roció en las paredes de la musiña. De las lonjas más gordas mi taica hacía chicharrón; mi auqui para disimular, arrancaba irus para repajar la musiña; y yo comía tayacha de ocas con chicharrón caliente.
Desde entonces quiero al caballo de mi auqui. Más tarde en las noches oscuras en él me lanzaré a los abigeos, para volver en los amaneceres con luna; en él luciré en Corpus y San Juan, las bridas y el apero con chapeos de plata, y el chal, y mis largas karabotas; para él querré mis lazos de cuero de vaca, mi kirgui y mi poncho con guarda de merino; por él conoceré como mi auqui las fases de la luna y los fenómenos del tiempo.
LAS CHUSSEKAS Nevó toda la tarde.
Más temprano que de costumbre volví a mi cabaña, con el rebaño de kauras y allpakas que pastaba, llevando en mi chuspa un pichón de chusseka que encontré casi sepultado de nevada en la pampa. Cerré