58 Amauta pe sino un Ricardo Rojas, un José Vasconcelos. Por eso, Américo Malanca es un pintor neoindio.
Todo el afán, toda la inquietud, toda esta sed revolucionaria americanista, vibra, crepita, calienta en los espíritus de los mestizos hijos de América, que sienten la América más honda, más cierta, más fuertemente. América es un crisol fantástico donde se alean a las cien mil caloraciones de una gea, fauna y flora sorprendentes, donde la influencia telúrica se hace definitiva, y forja un carácter innegable, enhiesto, recio, como la cordillera andina, fecundo como la tierra americana.
se El pintor José Américo Malanca, nacido en Córdoba, al pie de la brava cordillera de esas serranías y ante el infinito horizonte que abre en la pampa argentina, tiene el espíritu recio como una Montaña y amplio como el Llano. Es un auténtico representativo del tipo neoamericano, cuya inquietud, a pesar y contra la sociología demoledora del ambiente aún occidental, marcha a la vanguardia de las inquietudes humanas, si nó en acción, en fe. José Malanca, es una antena que se tiende al porvenir, es uno de los conquistadores del futuro propio de América. Su obra artística es una segura manifestación de un arte fielmente americano, potente, fuerte en su carácter y en su concepción, definido, racional en su técnica; no una simple y ridícula especulación de motivos más o menos exóticos que, en muchos casos ya, llaman la atención pasajeramente, sin trascendencia alguna. El caso de Malanca es serio.
Parece que el paisajista argentino se ha dicho, como Maeterlinck. hace mucho tiempo que renuncié a buscar en este mundo una maravilla más interesante y más bella que la verdad al menos el esfuerzo del hombre para conocerla. El, como aquel que humanizó más la espiritualidad, ve la belleza en la verdad de la naturaleza y la encuentra incambiable. Su obra es, pues, un trasunto de la naturaleza vista a través de un espíritu creador y sincero, con la exquisita sensibilidad captativa de un temperamento sencillo, puro, con la legítima emoción y el insustituíble amor del artista en la creación.
Aparte de su interpretación personal, de cómo llega a su sensibilidad el mundo, que su obra de arte no es solo un cliché calcado en la naturaleza. Malanca, ha de causar una verdadera sensación con su técnica sintética, simplísima, pero serena, que no niega ni oculta el objeto, la cosa tratada; que dá vitalidad, alma, no ningún disfraz para disimular una impotencia como en los malabaristas del arte ismista. donde buscan un reducto los fracasados. En la obra de Malanca hay belleza innegable, belleza que dá expansión al alma humana; en sus motivos reina la armonía en línea y colorido, en la luz y la atmósfera, diáfanas, profundas, de sus mañanas frescas y sus tardes tibias; sus soles calientes y sus sombras transparentes, tienen ambiente, volúmen; sus cielos combos se hunden en el firmamento dando la idea de continuación, de infinito; y, esa alocadora perspectiva que domina, donde el color, la luz rinden sus distancias, con que se piensa en la lejanía y la mirada penetra en un allá sensible. Sólo la inteligencia de un Malanca ha podido resolver el problema de perspectiva que se ofrece en su cuadro El Monasterio de Santa Catalina. donde el artista ve la casa de la Monja de Sena, desde la respetable altura de las bóvedas de la Compañía de Jesús, casi en visión perpendicular y la rodea con todo el panorama de la ciudad de traviesos tejados, de altibajos, de líneas