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14 Amauta 5 son arbitrarias las alusiones que el lector ha encontrado en el curso de este estudio a la nacionalidad de Henri de Man. El caso de Man se explica, en gran parte, por el proceso de la lucha de clases en su país. Su tesis se alimenta de la experiencia belga. Quiero explicar esto antes de seguir adelante en el examen de sus proposiciones. El lector puede encerrar esta disgresión dentro de un paréntesis.
Bélgica es el país de Europa con el que se identifica más el espíritu de la lle Internacional. En ninguna ciudad encuentra mejor su clima que en Bruselas, el reformismo occidental. Berlín, París, significarían una sospechosa y envidiada hegemonía de la social democracia alemana o de la La lle. Internacional ha preferido habitualmnte para sus asambleas Bruselas, Amsterdam, Berna.
Sus sedes características son Bruselas y Amsterdam. El Labour Party británico, ha guardado en su política mucho de la situación insular de Inglaterra. Vandervelde, De Brouckére, Huysman, han hecho temprano su aprendizaje de funcionarios de la Ilº Internacional. Este trabajo les ha comunicado, forzosamente, cierto aire diplomático, cierto hábito de mesura y equilibrio, fácilmente asequibles a su psicología burocrática y pequeño burguesa de socialistas belgas.
Porque Bélgica no debe a su función de hogar de la II Internacional el tono menor de su socialismo. Desde su orígen, el movimiento socialista u proletario de Bélgica, se resiente del influjo de la tradición pequeño burguesa de un pueblo católico y agrícola, apretado entre dos grandes nacionalidades rivales, fiel todavía en sus burgos a los gustos del artesanado, insuficientemente conquistado por la gran industria. Sorel no ahorra, en su obra, duros sarcasmos sobre Vandervelde y sus correligionarios. Bélgica escribe en Reflexiones sobre la Violencia. es uno de los países donde el movimiento sindical es más débil; toda la organización del socialismo está fundada sobre la panadería, la epicerie y la mercería, explotadas por comités del partido; el obrero, habituado largo tiernpo a una disciplina clerical, es siempre un inferior que se crée obligado a seguir la dirección de las gentes que le venden los productos de que ha menester, con una ligera rebaja, y que lo abrevan de arengas sea católicas, sea socialistas. No solamente encontramos el comercio de víveres erigido en sacerdocio, sino que es de Bélgica de donde nos vino la famosa teoría de los servicios públicos, contra la cual Guesde escribió en 1883 un tan violento folleto y que Deville llamaba, al mismo tiempo, una deformación belga del colectivismo. Todo el socialismo belga tiende al desarrollo de la industria del Estado, a la constitución de una clase de trabajadores funcionarios, sólidamente disciplinada bajo la mano de hierro de los jefes que la democracia aceptaría. Marx, como se sabe, juzgaba a Bélgica el paraíso de los capitalistas.
En la época de tranquilo apogeo de la social democracia lassalliana y jauresiana, estos juicios no eran, sin duda, muy populares. Entonces, se miraba a Bélgica como al paraíso de la reforma, más bien que del capital. Se admiraba el espíritu progresista de sus liberales, alacres y vigilantes defensores de la laicidad; de sus católico sociales, vanguardia del Novarum Rerum; de sus socialistas, sabiamen