76 Amauta NOTA DE AMAUTA L Ν 1 Ο Ε Ο Ahora sí podemos creer en la defunción definitiva, evidente, irrevocablo del soneto. Tenemos, al fin, la prueba fisica, la constancia legal de esta defunción: el anti soneto. El soneto que no es ya soneto, sino su negación, su revés, su crítica, su renuncia. Mientras el vanguardismo se contentó con declarar la abolición del soneto en poemas cubistas, dadaistas o expresionistas, esta jornada de la nueva poesía no estaba aun totalmente vencida. No se habra llegado todavía sino al derrocamiento del soneto: faltaba su ejecución. El soneta, prisionero de la revolución, espiaba la hora de corromper a sus guardianes; los poetas viejos, con máscara de juventud, rondaban capciosamente en torno de su cárcel, acechando la oportunidad de libertarlo; los propios poetas nuevos, fatigados ya del jacobinismo del verso libre, empezaban a manifestar a ratos una tímida nostalgia de su autoridad clásica y latina. Existía la amenaza de una restauración e eciosa y napoleónica: termidor de la república de las letras. Jaime Torres Bodet, en su preciosa revista Contemporáneos. inició últimamente una tentativa formal de regreso al soneto, reivindicado así en la más tórrida sede de América revolucionaria. Hoy, por fortuna, Martin Adán realiza el anti soneto. Lo realiza, quizá, a pesar suyo, movido por su gusto católico y su don tomista de reconciliar el dogma nuevo con el orden clásico. Un capcioso propósito reaccionario, lo conduce a un resultado revolucionario. Lo que él nos dá, sin saberlo, no es el soneto sino el anti soneto. No bastaba atacar al soneto de fuera como los vanguardistas: había que meterse dentro de él, como Martín Adán, para comerse su entraña hasta va.
ciarlo. Trabajo de polilla, prólijo, secreto, escolástico. Martín Adán ha intentado introducir un caballo de Troya en la nueva poesia; pero ha logrado introducirlo, más bien, en el soneto, cuyo sitio concluye con esta maniobra, aprendida a Ulyses, no el de Joyce sino el de Homero. Golpead ahora con los nudillos en el soneto cual si fuera un mueble del Renacimiento; está perfecmente hueco; es cáscara pura. Barroco, culterano, gongorino, Martín Adár salió en busca del soneto, para descubrir el antisoneto, como Colón en vez de las Indias encontró en su viaje la América. Durante el tiempo que ha trabajado benedictinamente en esta obra, ha paseado por Lima con un sobretodo algo escolástico, casi teológico, totalmente gongorino, como si expiara la travesura de colegial de haber intercalado entre caras ortodoxas su perfil sefardí y su sonrisa semita y aguileña. El antisoneto anuncia que ya la poesía está suficientemente defendida contra el soneto: en largas pruebas de laboratorio, Martin Adán ha descubierto la vacuna preventiva. El antisoneto es un anticuerpo.
Sólo hay un peligro: el de que Martin Adán no haya acabado sino con una de las dos especies del soneto: el soneto alexandrino. El soneto clásico, toscano, auténtico es el de Petrarca, el endecasílabo. Por algo, Torres Bodet lo ha preferido en su reivindicación. El alejandrino es un metro decadente.
Si nuostro amigo, ha dejado vivo aún el soneto endecasílabo, la nueva poesía debe mantenerse alerta. Hay que rematar la empresa de instalar al disparate pura on las hormas de la poesia clásica.