54 Amauta No pretendas, pues, ineterme con lo de la mano miedo.
Si sé que contigo puedo ¿qué voy con tu mano a hacerme. Piensas que con ella al verme orgulloso me pondría. Vano eres en demosia!
Lo que a mí me da embeleso y amo, es la gloria, y por eso me hasta la mano mía.
Deia la jactancia a un lado y piensa que al no vencer yo soy quien te va a poner, ya que lo que quieres, bocado, Saca lo que bien guardado tienes adentro, gur gur; mira tú que en este albur jugamos dueño y honor, y si pierdes Nicanor, no vuelves más a Pabur.
Si con el preludio José Manuel había logrado matár el ef9cto producido por su rival, con la canción de la respuesta acabó por ganárselo celinitivamente. Ella había bastado para que el público pudiera apreciar de un golpe al guitarrista, al repentista, al canta. hombre. María Luiz estaba desfalleciente de alegria e intimo orgullo. Ese, a quien todos acababan do aplaudir delirantes, era el hombre que había sabido subir hasia olla. cóino lo celebraban las mujeres, todas aquellas damas elegarites, altivas y orgullosas de su nombre, su belleza y su fortuna. con qué sinceridad lo hacían! Seguramente arrastradas por la fuerza de la verdad, de la justicia reparadora, que hace olvidar en ciertos momentos la inexplicable ley de los prejuicios y apreciar las excelencias de un alma, salidas a flote por obra del esfuerzo genial. como éllos, María Luz, que, habiéndolas palpado con sobrada frecuencia, había tenido por fuerza que apreciarlos también y rendirse. No soy, pues, una loca pensaba en esos momentos por haberme fijado en ese hombre que está allí, como un rey, al que aclamaran sus vågallos El mismo Nicanor había escuhado religiosamente a José Manuel, borrada ya si eterna y sardónica sonrisa, con una especie de superticioso respeto, rendido, más que nadie, a la evidencia de su derrota, fascinado por aquel tocador. maravilloso, que tan hábilmente le hacía decir a la guitarra cosas tan profundas y ten nuevas para él. Ah. de dónde había sacado este hombre tanta fuerza y maestria para dominar así un instrumento tan rebelde e ingrato como la mujer, se preguntaba bajo el peso de su inminente derrota, el pobre Nicanor.