Amauta 53 Pero su angustia se apagó repentinamente cuando José Manuel, envolviendo a su rival en una mirada compasiva, comenzó en pianísimo un preludio sollozante: que apenas si alcanzaba a llegar al auditorio como un leve rumor de alas. Se diria que no era en el tabladillo donde se estaba tocando en ese momento sino afuera, en un lejano punto, de donde, en intermitencias sutiles y frágiles, llegaba un fluído melódico y penetrante, que iba envolviendo a las almas en visible arrobamiento. lentamente la suave melodía fué creciendo y elastizándose hasta convertirse en furiosa tempestad. Una mezela de gemidos y sollozos extraño, como de mujeres agónicas y hombres atormentados, brotaba del hexacorde instrumento en cascada ruidosa, violenta, que, al terminar, hizo levantarse al público y aplaudir con frenesí.
La más entusiasmada con el capricho musical, a pesar de que su elevación artística estaba seguramente lejos de su comprensión, fueron las criadas que, subyugadas al principio por el toque aparatoso de Nicanor, temieron un instante por el triunfo de su ídolo. Pero el temor estaba deshecho. No, no exclamaban algunas a media voz José Manuel es invencible ſche! No hay quien pueda con el rey de los guitarristas y de los esclavos.
Aquietado el auditorio, José Manuel, que con mirada zahori observaba el efecto que acaba de producir, rompió a cantar, en alta y purísima voz salida de lo más hondo de su pecho, esta respuesta, que la contraria suerte había querido que fuera improvisada: Te han informado muy mal mi querido Nicanor; yo jamás fuí tocador de chicheros ni arrabal.
Por eso ningún rival se contrapunteó conmigo; tú eres el primero, amigo, que me tose y me provoca y tapar quiere mi boca y hasta quebrarme el ombligo.
Mal hora para el afronte; ya no eres gallo e tapada; mientras tú vas de bajada yo empiezo a subir el monte.
Para mí no hay horizonte que al cumanear me ataje.
ni pecho que me aventaje, ni verso que me replique, ni tocador que me achique, ni tiro que me rebaje.