Amauta 51 un ganadero que anhela adquirir un precioso semental. Vestia como acostumbraba hacerlo en los para él grandes dias, como cuando se presento por primera vez delante de su ama, como aquella vez que subió al oratorio. aquel traje era lo que más comentarios motivara en la concurrencia. Por qué ese jubón de piel de tigre, que tan salvajemente exótico le hacía. Por qué ese calzado, más propio de un actor de tragedia griega que de un esclavo colonial. Por qué ese cuello de la camisa, deshordado sobre el jubón a la manera, bryonniana, y por entre el cual se erguía una garganta de incomparable reciedumbre. Era todo esto obra de la presunción, del capriche, a una simple manifestación de afeminamiento, o de intuitiva elegancia. Nadie habría podido decirlo. Pero para las mujeres aquello era un signo de supremo buen gusto, de inquietante novedad. No, no era así como se habían imaginado al terrible Matalaché. El de la leyenda era un ogro, una bestia horrible, insaciable, a la cual se arrojaba en su cubil la viva carne de doncellas infelices. El que tenían delante era muy distinto, el reverso de la falsa leyenda: un don Juan negro, en cuyos ojos se habían de enganchar, sin duda alguna, los corazones de las mulatas que él mirara. cómo había de amar y poseer este hombre! Su mirada profunda imperiosa estaba proclamándolo en ese instante. Sabe usted, María Luz interrogó por lo bajo una de las hijas de don Pedro León y que era quizá la que más intrigada estaba con el traje de José Manuel que el jubón que viste su esclavo es muy alusivo? Ese hombre debe ser realmente un tigre con las mujeres. cómo he de saberlo yo, mi querida Mercedes. Un tigre. un tigre. Así quisiera yo al hombre que me llevara al altar. ambas, cada una movida por distinto pensamiento, sonrieron maliciosamente.
José Manuel se sentó en otro extremo y afianzó tranquilo sobre sus músculos la guitarra. de cuyo clavijero pendía un manojo de cintas rojas y azules, semejando la cabellera alborota da de una mujer en vilo. cuando ya estuvieron listos ambos contendores, el presidente del Jurado exclamó. La suerte ha designado a Nicanor para que sea el que lance y mantenga el reto, que el llamado José Manuel debe contestar aceptándolo o no, y caso de aceptarlo, como es de suponer, el jurado irá indicando lo que ambos deben de tocar.
El negro Nicanor, sin dejar su sardónica sonrisa, templo brevemente el instrumento, lo registró con singular maestría, para así desperezarse las manos y ahogar la emoción que le embargaba, y con una hermosa voz de barítono, algo velada ya por los excesos y el tiempo, cantó las siguientes redondillas, que, más de una invitación caballeresca, eran un reto, lleno y sarcasmo nimosidad: a