Guerrilla

40 Amauta ciudadana un alegre y vistoso aspecto de feria. En las puertas y balcones de las casas solariegas los sedeños y floreados inantones y las colchas adamascadas vertían, en soberbia competencia, las cascadas de sus foros y sus flores sobre aquellas otras naturales, olorosas y recién holladas, que yacían en el suelo, regadas por los fieles en una procesión madrugadora.
En algunas esquinas levantábanse arcos, fajados de cintas de papel y trapos de color, guarnecidos de guirnaldas de follaje y laurel, empenachados de alegres banderines y de cuyo centro pendian nubes de seis puntas, abiertas, como grandes estrellas de mar, vaciadas de palomas y décimas, echadas al paso del Santísimo. En otras, en vez de arcos, lucían altares de gusto infantil, semejando alcochados estuches, dentro de los cuales edificaba un San Antonio, un san Jacinto, o alguna virgen cualquiera, trajeada mundanamente, con crespos naturales en torno de las arreboladas mejillas, abrillantados pendientes, collarines de perlas y faldas tachonadas de lentejuelas y briscados. delante de la imagen, guardabrisas de cilindro y campana, adornados de cintas rojas, tejidas en losange y dentro de los cuales parpadeaban los cirios lacrimosos; floreros de loza, con cabezas de perro truncadas y chillonas escenas pastoriles; sahumadores de plata, coronados de pavos reales, con alardes de hinchazón prosopopéyica; de gallinas en arrebujamiento maternal, y palomos de buche engolillado y túrgido. en las calles convergentes a las iglesias, improvisadas alamedas de sauce, palmas y laurel, con el suelo apelmazado por el riego matinal, exhibiendo, a trechos, mesas con fuentes de aTes y lechones enhornados y ventrudos vasos de chicha de maní y jora; y sobre las veredas y pretiles, lapas de dulce, palillos de balza, erizados de cardos con figurillas garapiñadas, y canastos de bollos, alfeñiques, acuñas y mazapanes. Toda una batería de viandas para adultos y de golosinas para niños, enfilada contra el apetito madrugador de los fieles, detrás de la cual una guerrilla de negras y mulatas jacarandosas y hullangueras, en traje dominguero, contestaban los dichos intencionados de los consumidores con alguna cuchufleta, chupándose los dedos cada vez que, al despachar, trozaban alguna ave.
En La Tina el día había sido recibido también con alborozo y con más razón que en la ciudad. Para sus moradores este día de Corpus iba a dejar en todos un recuerdo memorable. Desde hacía un mes no se hablaba en ella más que de la fiesta original e interesantea en la que dos esclavos iban a ser objeto de espectación pública. Una fiesta jamás vista hasta entonces, que tenía en suspenso a amos y siervos, y para cuya asistencia habían sido ocupados todos los menestrales de la ciudad por el linajudo señorío piurano y el de sus contornos.
La enfermera ña Martina, interesada naturalmente en el triunfo de su compañero, había llamado a José Manuel la víspera, con cierto misterio, y después de jugarle las cartas, terminó asegurándole que la victoria sería suya irremisiblemente. El