28 Amauta NF Ν. A POR MARIA WIESSE EL HAMACA BAJO LOS PINOS Mis padres habían alquilado para el verano una casa vieja residencia señorial enclavada en plena montaña suiza. Cuán lejos y cuán cerca está todo esto de mí! La dulzura del recuerdo invade mi corazón y me veo a mi misma chiquilla soñadora e ilusionada, que creía en las hadas y en los duendes y que se dormía buscando en el cielo, por la ventana abierta, la mirada brillante y suave de alguna estrella.
Poblaban el parque de nuestra casa, grandes pinos potentes y nobles cuyas resinas embalsamaban el ambiente y cuyas agujas alfombraban el suelo.
Mi padre había traído de América una hamaca fina y leve tejida en Guayaquil. Esta hamaca fué colgada bajo dos pinos, y era un contraste encantador el de la fresca paja de los trópicos con los nórdicos árboles pensativos y graves. para completar la tonalidad seductora y un poco extraña del cuadro, allí estaba mi madre con su gracia lánguida de criolla. negros cabellos, ojos obscuros, formas delicadas, voz dulcísima que gustaba de leer en aquella blanda cuna de los países cálidos, mecida por las brisas un poco rudas de los alpes. Mamá, mamá, cuéntanos algo.
Nos acercábamos a ella, pidiéndole un relato, y ella que llevaba la nostalgia de su tierra en el corazón tejía, para nosotras, una amorosa narración, en la que revivían las costumbres de su ciudad, los paisajes y los panoramas de su país; toda una adoración ferviente y pintoresca.
La apacible ciudad provinciana, con sus callejas soleadas por las que pasan indias vendiendo flores y frutas, dulces y viandas; la procesión del Viernes Santo, con su trágico Crucificado y su Dolorosa suntuosamente vestida, sus devotas que arrojan jazmines a los pies del Señor y sus devotos portadores de cirios encendidos; las huertas de naranjos y de limoneros; las indias todavía enlutadas por la muerte del último Inca; los pescadores que salían a la pesca en los caballitos de totora; todas estas imágenes y escenas de la tierra lejana que en verdad, era para nuestra madre la suave patria desfilaban, para encanto nuestro, bajo los pinos verdinegros, a cuya sombra austera se mecía una voluptuosa hamaca de Guayaquil PABLO VIRGINIA campo y los animales, no hubiera podido causar daño alguno; representaban para mí, un mundo de encantamiento y de maravilla, Los libros eran: Pulgarcito y el gato con botas, la Bella Durmiente, Robinson Crusoe, Aladino, Caperucita Roja y Blanca Nieve.
Me acerqué a la mesa de la biblioteca. Allí había un pequeño volumen ilustrado que yo abrí curiosamente. Dos niños abrazados tiernamente, el mar, palmeras gigantescas, una isla bella con majestuosa belleza. Con las mejillas rojas y el corazón tembloroso leía ávidamente, apresuradamente. Pablo y Virginia. Así se llamaban esos niños que tanto se querían y que iban con los pies desnudos y las manos enlazadas por la isla maravillosa. Pablo y Virginia.¡Pero era posible, Dios mío, que dos niños se quisieran tanto! Confieso que, en aquel momento, el candoroso idilio se me antojaba mil veces más lindo que todos los cuentos de hadas, que formaban mi leetura habitual y predilecta. Ahora, en cambio, me gusta mucho más Aladino o Blanca Nieve que la novela de Bernardin de Saint Pierre. Pablo y Virginia. Leia el corazón henchido de emoción y el alma palpitante. Jamás mis diez años habían imaginado tanta ternura, tanto amor, tanta tristeza. cuando vinieron a buscarme, al anochecer, ya estaba inclinada sobre el libro con el cuerpo sacudido por los sollozos y el rostro bañado en lágrimas.
LA NOCHE La noche era mi amiga. Al contrario de otros niños que la veían acercarse con terror, yo la recibía alegremente, gozosamente.
Porque ella era para mí cual otra Scherezada; me traía en su manto de sombras las historias más lindas, las fábulas más bellas; ella era el hada poderosa y buena y con su varita mágica animaba a todas las cosas, poblando el mundo de seres fantásticos. Duérmanse hijitas, ya es tarde.
Mamá nos besaba y salía del cuarto con paso leve, para no despertarnos.
Yo, en mi cama, miraba el cielo por la ventana abierta. No me cansaba el espectáculo familiar y siempre maravilloso de las estrellas en el firmamento. Y, entre todos los astros resplandecientes y las constelaciones magníficas, yo buscaba una estrella pequeña, pero de luz muy pura y muy clara, a quien yo llamaba mi estrella Toda la tarde había corrido y jugado yo en el jardin. En mi vestido había olor de flores y de plantas silvestres y en mis manos las lágrimas de los pinos. Cansada, deseosa de otra distracción entré a la biblioteca, una inmensa habitación, en la que los libros subían hasta el techo.
Mi madre tan buena tan indulgente. no me había prohibido la entrada a esa pieza. Eso si me recomendaba con aquella ternura, que le era peculiar, y que resultaba más eficaz que todas las severidades: No tomes el tintero que puedes mancharte las manos y el traje. No arranques las hojas de los libros que tu papá se enfadaría.
No golpees los muebles, ni saltes sobre el diván. yo por agradarle ¿como resistir a su bondad y a su cariño. no tocaba el tintero, ni destruía los muebles, ni saltaba sobre el sofá. Además a los libros, que me atraían quizás tanto como el En seguida miraba los muebles del cuarto, que la noche iba transformando en monstruos y seres irreales. El ropero, un gigante de aspecto bonachón; la cómoda, una señora obesa; la mesa, un gnomo de piernas torcidas, comenzaban a bailar, tomados de la mano. Las figuras del papel que cubría la pared, los muñecos de porcelana de la repisa y multitud de duendecitos salidos de todos los rincones de la habitación entraban, a poco, en la ronda que, de repente se esfumaba sin saber por qué.
Mi cabeza se hundía en la almohada. Entonces la noche se acercaba a mí y sus dedos delicados rozaban mi frente. me contaba cuentos, cuentos más hermosos que los de mis libros, me mostraba estampas de una gracia exquisita y, envolviéndome en sus brazos amorosos, me llevaba muy lejos a la región misteriosa de los sueños, al país de las maravillas. Ab, en verdad, que la noche era mi amiga!
María Wiossa to M